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Fábulas IV.
 
El gallo, el cerdo y el cordero
El juez y el bandolero
La criada y la escoba
El naturalista y las lagartijas
La discordia de los relojes
El topo y otros animales
La rana y la gallina
El volatín y su maestro
El sapo y el mochuelo
El burro del aceitero
La contienda de los mosquitos
El escarabajo
El ricote erudito
El médico, el enfermo y la enfermedad
La víbora y la sanguijuela El escarabajo

Fábula LIV.
El gallo, el cerdo y el cordero

Había en un corral un gallinero;
en este gallinero un gallo había;
y detrás del corral, en un chiquero,
un marrano grandísimo yacía.
Ítem más, se criaba allí un cordero,
todos ellos en buena compañía:
¿y quién ignora que estos animales
juntos suelen vivir en los corrales?
Pues (con perdón de ustedes) el cochino
dijo un día al cordero: »
¡Qué agradable,
qué feliz, qué pacífico destino
es el poder dormir!
¡Qué saludable!
Yo te aseguro, como soy gorrino,
que no hay en esta vida miserable
gusto como tenderse a la bartola,
roncar bien, y dejar rodar la bola.«
El gallo, por su parte, al tal cordero
dijo en otra ocasión: »Mira, inocente,
para estar sano, para andar ligero,
es menester dormir muy parcamente.
El madrugar en julio o en Febrero
con estrellas, es método prudente,
deja los cuerpos flojos y abatidos.«
Confuso, ambos dictámenes coteja
el simple corderillo, y no adivina
que lo que cada uno le aconseja
no es más que aquello mismo a que se inclina.
Acá entre los autores ya es muy vieja
la trampa de sentar como doctrina
y gran regla, a la cual nos sujetamos,
lo que en nuestros escritos practicamos.

Suelen ciertos autores sentar como principios
infalibles del arte, aquello mismo que ellos practican
.

Fábula LV.
El juez y el bandolero

Prendieron por fortuna a un bandolero
a tiempo cabalmente
que de vida y dinero
estaba despojando a un inocente.
Hízole cargo el juez de su delito,
y él respondió: »Señor, desde chiquito
fui gato algo feliz en raterías:
luego hebillas, relojes, capas, cajas,
espadines robé, y otras alhajas;
después, ya entrado en días,
escalé casas; y hoy, entre asesinos,
soy salteador famoso de caminos.
Con que vueseñoría no se espante
de que yo robe y mate a un caminante,
porque este y otros daños
los he estado yo haciendo cuarenta años.«
¿Al bandolero culpan?
¿Pues por ventura dan mejor salida
los que cuando disculpan
en las letras su error, o su mal gusto,
alegan la costumbre envejecida
contra el dictamen racional y justo?

La costumbre inveterada no debe autorizar
lo que la razón condena
.

Fábula LVI.
La criada y la escoba

Cierta criada la casa barría
con una escoba muy puerca y muy vieja.
»Reniego yo de la escoba (decía):
con su basura y pedazos que deja
por donde pasa,
aún más ensucia que limpia la casa.«
Los remendones, que escritos ajenos
corregir piensan acaso de errores,
suelen dejarlos diez veces más llenos...
Mas no haya miedo que de estos señores
diga yo nada:
que se lo diga por mí la criada.

Hay correctores de obras ajenas,
que añaden más errores de los que corrigen
.

Fábula LVII.
El naturalista y las lagartijas

Vio en una huerta
dos lagartijas
cierto curioso
naturalista.
Cógelas ambas,
y a toda prisa
quiere hacer de ellas
anatomía.
Ya me ha pillado
la más rolliza;
miembro por miembro
ya me la trincha;
el microscopio
luego la aplica.
Patas y cola,
pellejo y tripas,
ojos y cuello,
lomo y barriga,
todo lo aparta
y lo examina.
Toma la pluma;
de nuevo mira,
escribe un poco,
recapacita.
Sus mamotretos
después registra,
vuelve a la propia
carnicería.
Varios curiosos
de su pandilla
entran a verle;
dales noticia
de lo que observa:
unos se admiran,
otros preguntan,
otros cavilan.

Finalizada
la anatomía
cansose el sabio
de lagartija.
Soltó la otra
que estaba viva,
ella se vuelve
a sus rendijas,
en donde, hablando
con sus vecinas,
todo el suceso
les participa.
»No hay que dudarlo
no (les decía).
Con estos ojos
lo vi yo misma.
Se ha estado el hombre
todito un día
mirando el cuerpo
de nuestra amiga.
¿Y hay quien nos trate
de sabandijas?
¿Cómo se sufre
tal injusticia,
cuando tenemos
cosas tan dignas
de contemplarse
y andar escritas?
No hay que abatirse,
noble cuadrilla,
valemos mucho,
por más que digan.«
¿Y querrán luego
que no se engrían
ciertos autores
de obras inicuas?
Les honra mucho
quien los critica.
No seriamente;
muy por encima
deben notarse
sus tonterías;
que hacer gran caso
de lagartijas,
es dar motivo
de que repitan:
valemos mucho,
por más que digan.

A ciertos libros se les hace demasiado
favor en criticarlos
.

Fábula LVIII.
La discordia de los relojes

Convidados estaban a un banquete
diferentes amigos, y uno de ellos,
que faltando a la hora señalada
llegó después de todos, pretendía
disculpar su tardanza. »
¿Qué disculpa
nos podrás alegar?« le replicaron.
Él sacó su reloj, mostrole, y dijo:
»
¿No ven ustedes cómo vengo a tiempo?
Las dos en punto son.« – »
¡Qué disparate!
le respondieron: tu reloj atrasa
más de tres cuartos de hora.« – »Pero amigos,
(exclamaba el tardío convidado),
¿qué más puedo yo hacer que dar el texto?
Aquí está mi reloj...« Note el curioso
que era este señor mío como algunos,
que un absurdo cometen, y se excusan
con la primera autoridad que encuentran.
Pues, como iba diciendo de mi cuento,
todos los circunstantes empezaron
a sacar sus relojes, en apoyo
de la verdad. Entonces advirtieron
que uno tenía el cuarto, otro la media,
otro las dos y treinta y seis minutos,
este catorce más, aquél diez menos:
no hubo dos que conformes estuvieran.
En fin, todo eran dudas y cuestiones.
Pero a la Astronomía cabalmente
era el amo de casa aficionado;
y consultando luego su infalible,
arreglado a una exacta meridiana,
halló que eran las tres y dos minutos,
con lo cual puso fin a la contienda,
y concluyó diciendo: »
¡Caballeros,
si contra la verdad piensan que vale
citar autoridades y opiniones,
para todos las hay; mas por fortuna,
estas pueden ser muchas, y ella es una.«

Los que piensan que con citar una autoridad,
buena o mala, quedan disculpados de cualquier yerro,
no advierten que la verdad no puedo ser más de una,
aunque las opiniones sean muchas
.

Fábula LIX.
El topo y otros animales

Ciertos animalitos,
todos de cuatro pies,
a la gallina ciega
jugaban una vez.
Un perrillo, una zorra
y un ratón, que son tres:
una ardilla, una liebre
y un mono, que son seis.
Este a todos vendaba
los ojos, como que es
el que mejor se sabe
de las manos valer.
Oyó un topo la bulla
y dijo: »Pues, pardiez,
que voy allá, y en rueda
me he de meter también.«
Pidió que le admitiesen;
y el mono, muy cortés,
se lo otorgó (sin duda
para hacer burla de él)
El topo a cada paso
daba veinte traspiés,
porque tiene los ojos
cubiertos de una piel.
Y a la primera vuelta,
como era de creer,
facilísimamente
pillan a su merced.
De ser gallina ciega
le tocaba la vez;
y ¿quién mejor podía
hacer este papel?
Pero él, con disimulo
por el bien parecer,
dijo al mono: »
¿Qué hacemos?
Vaya, ¿me venda usted?«
Si el que es ciego y lo sabe,
aparenta que ve,
quien sabe que es idiota,
¿confesará que lo es?

Nadie confiesa su ignorancia,
por más patente que ésta sea
.

Fábula LX.
La rana y la gallina

Desde su charco una parlera rana
oyó cacarear a una gallina.
-»Vaya; le dijo: no creyera, hermana,
que fueras tan incómoda vecina.
Y con toda esa bulla,
¿qué hay de nuevo?
-Nada, sino anunciar que pongo un huevo.«
¿Un huevo solo? ¡Y alborotas tanto!«
-»Un huevo solo; sí, señora mía.
¿Te espantas de eso, cuando no me espanto
de oírte cómo graznas noche y día?
tú, que de nada sirves, calla el pico.«

Al que trabaja algo, puede disimulárselo
que lo pregone; el que nada hace, debe callar
.

Fábula LXI.
El volatín y su maestro

Mientras de un volatín bastante diestro
un principiante mozalbillo toma
lecciones de bailar en la maroma,
le dice: »Vea usted, señor maestro,
cuánto me estorba y cansa este gran palo
que llamamos chorizo o contrapeso.
Cargar con un garrote largo y grueso
es lo que en nuestro oficio hallo yo malo.
¿A qué fin quiere usted que me sujete,
si no me faltan fuerzas ni soltura?
Por ejemplo, este paso, esta postura,
¿no la haré yo mejor sin el zoquete?
Tenga usted cuenta... No es difícil... nada...«
Así decía, y suelta el contrapeso.
El equilibrio pierde...
¡Ay, Dios! ¿Qué es eso?
¿Qué ha de ser? Una buena costalada.
»Lo que es auxilio, juzgas embarazo,
¡Incauto joven! (el maestro dijo),
¿Huyes del arte y método? Pues hijo;
no ha de ser éste el último porrazo.«

En ninguna facultad puede adelantar
el que no se sujeta a principios
.

Fábula LXII.
El sapo y el mochuelo

Escondido en el tronco de um árbol
estaba un mochuelo,
y pasando no lejos un sapo,
le vio medio cuerpo.
»
¡Ah de arriba, señor solitario!
Dijo el tal escuerzo:
saque usted la cabeza, veamos
sí es bonito o feo.«
»No presumo de mozo gallardo;
respondió el de adentro:
y aun por eso a salir a lo claro
apenas me atrevo;
Pero usted, que de día su garbo
nos viene luciendo,
¿no estuviera mejor agachado
en otro agujero?«
¡Oh qué pocos autores tomamos
este buen consejo!
Siempre damos a luz, aunque malo
cuanto componemos,
y tal vez fuera bien sepultarlo;
pero ¡ay, compañeros!
Más queremos ser públicos sapos
que ocultos mochuelos.

Hay pocos que den sus obras a luz con aquella
desconfianza y temor que debe todo escritor
que no esté poseído de vanidad
.

Fábula LXIII.
El burro del aceitero

En cierta ocasión, un cuero
lleno de aceite llevaba
un borrico que ayudaba
en su oficio a un aceitero.
A paso un poco ligero
de noche en su cuadra entraba,
y de una puerta en la aldaba
se dio el porrazo más fiero.
¡Ay! Clamó. ¿No es cosa dura
que tanto aceite acarree,
y tenga la cuadra oscura?
Me temo que se mosquee
de este cuento quien procura
juntar libros que no lee.
¿Se mosquea? Bien está.
Pero este tal
¿por ventura
mis fábulas leerá?

A los que juntan muchos libros y ninguno leen.

Fábula LXIV.
La contienda de los mosquitos

Diabólica refriega
dentro de una bodega
se trabó entre infinitos
bebedores mosquitos.
(Pero extraño una cosa;
que el buen Villaviciosa
no hiciese en su Mosquea
mención de esta pelea.)
Era el caso, que muchos
expertos y machuchos,
con tesón defendían
que ya no se cogían
aquellos vinos puros,
generosos, maduros,
gustosos y fragantes
que se cogían antes.
En sentir de otros varios,
a esta opinión contrarios,
los vinos excelentes
eran los más recientes;
y del opuesto bando
se burlaban, culpando
tales ponderaciones
como declamaciones
de apasionados jueces,
amigos de vejeces.

Al agudo zumbido
de uno u otro partido
se hundía la bodega;
cuando héteme que llega
un anciano mosquito,
catador muy perito,
y dice, echando un taco.
¡Por vida del dios Baco!
(Entre ellos ya se sabe
que es juramento grave):
donde yo estoy, ninguno
dará más oportuno
ni más fundado voto:
cese ya el alboroto.
¿No ven que soy navarro,
que en tonel, bota o jarro,
barril, tinaja o cuba,
el jugo de la uva
difícilmente evita
mi cumplida visita?
¿Que en esto de catarle,
distinguirle y juzgarle,
puedo poner escuela
de Jerez a Tudela,
de Málaga a Peralta,
de Canarias a Malta,
de Oporto a Valdepeñas?
Sabed, por estas señas,
que es un gran desatino
pensar que todo vino
que desde su cosecha
cuenta larga la fecha,
fue siempre aventajado.
Con el tiempo ha ganado
en bondad, no lo niego;
pero si él desde luego
mal vino hubiera sido,
ya se hubiera torcido:
Y al fin, también había,
lo mismo que en el día,
en los siglos pasados
vinos avinagrados.
Al contrario, yo pruebo
a veces vino nuevo
que apostarías pudiera
al mejor de otra era:
y si muchos agostos
pasan por ciertos mostos
de los que hoy se reprueban,
puede ser que los beban
por vinos exquisitos
los futuros mosquitos.
Basta ya de pendencia;
y por final sentencia
el mal vino condeno;
lo chupo cuando es bueno,
y jamás averiguo
si es moderno o antiguo.
Mil doctos importunos,
por lo antiguo los unos,
otros por lo moderno,
sigan litigio eterno.
Mi texto favorito
será siempre el mosquito.

Es igualmente injusta la preocupación exclusiva
a favor de la literatura antigua o a favor de la moderna
.

Fábula LXV.
El escarabajo

Tengo para una fábula un asunto
que pudiera muy bien... pero algún día
suele no estar la musa en punto.
Esto es lo que hoy me pasa con la mía,
y regalo el asunto a quien tuviere
más despierta que yo la fantasía;
porque esto de hacer fábulas requiere
que se oculte en los versos el trabajo;
lo cual no sale siempre que uno quiere.
Será, pues, un pequeño escarabajo
el héroe de la fábula dichosa,
porque conviene un héroe vil y bajo,
de este insecto refieren una cosa:
que comiendo cualquiera porquería,
nunca pica las hojas de la rosa.
Aquí el autor con toda su energía
irá explicando como Dios le ayude
aquella extraordinaria antipatía.
La mollera es preciso que le sude
para endilgar después una sentencia
con que sepamos a lo que esto alude;
y según le dictare su prudencia,
echará circunloquios y primores,
con tal que diga en la final sentencia:
que así como la reina de las flores
al sucio escarabajo desagrada,
así también a góticos doctores
toda invención amena y delicada.

Lo delicado y ameno de las buenas letras
no agrada a los que se entregan al estudio
de una erudición pesada y de mal gusto
.

Fábula LXVI.
El ricote erudito

Hubo un rico en Madrid (y aun dicen que era
más necio que rico),
cuya casa magnífica adornaban
muebles exquisitos.
»
¡Lástima que en vivienda tan preciosa
(le dice un amigo),
¡Falte una librería! Bello adorno,
útil y preciso.«
Cierto, responde el otro:
¡que esa idea
no me haya ocurrido!...
A tiempo estamos; el salón del Norte
a este fin destino.
Que venga el ebanista, y haga estantes
capaces, pulidos
a toda costa. Luego, trataremos
de comprar los libros.«
»Ya tenemos estantes.« – »Pues ahora
(el buen hombre dijo):
¡Echarme yo a buscar doce mil tomos!
¡No es mal ejercicio!
Perderé la chaveta, saldrán caros,
y es obra de un siglo...
Pero
¿no era mejor ponerlos todos
de cartón fingidos?
¡Ya se ve! ¿Por qué no? Para estos casos
tengo un pintorcillo
que escriba buenos rótulos, e imite
pasta y pergamino.
¡Manos a la labor!« Libros curiosos,
modernos y antiguos
mandó pintar, y a más de los impresos,
varios manuscritos.
El bendito señor repasó tanto
sus tomos postizos,
que aprendiendo los rótulos de muchos
se creyó erudito.
Pues
¿qué más quieren los que sólo estudian
títulos de libros
si con fingirlos de cartón pintado
les sirven lo mismo?

Muchos fundan su ciencia únicamente
en saber muchos títulos de libros
.

Fábula LXVII.
El médico, el enfermo y la enfermedad

Batalla el enfermo
con la enfermedad,
él por no morirse
y ella por matar.
Su vigor apuran
a cual puede más,
sin haber certeza
de quién vencerá.
Un corto de vista,
en extremo tal
que apenas los bultos
puede divisar,
con un palo quiere
ponerlos en paz:
garrotazo viene,
garrotazo va:
si tal vez sacude
a la enfermedad,
se acredita el ciego
de lince sagaz;
mas si por desgracia
al enfermo da,
el ciego no es menos
que un topo brutal.
¿Quién sabe cuál fuera
más temeridad,
dejarlos matarse,
o ir a meter paz?

Antes que te dejes
sangrar o purgar,
esta es fabulilla
muy medicinal
.

Es peligroso encomendar asuntos graves
a quien de cierto no se sabe
si podrá llevarlos a feliz término
.

Fábula LXVIII.
La víbora y la sanguijuela
El escarabajo

»Aunque las dos picamos (dijo un día
la víbora a la simple sanguijuela),
de tu boca reparo que se fía
el hombre, y de la mía se recela.«
La chupona responde: »Ya, querida;
mas no picamos de la misma suerte:
yo, si pico a un enfermo, le doy vida.
Tú, picando al más sano, le das muerte.«
Vaya ahora de paso una advertencia:
muchos censuran, sí, lector benigno;
pero a fe que hay bastante diferencia
de un censor útil a un censor maligno.

No confundamos la buena crítica con la mala.