El cisne y el Fénix
-»¿Sobre
una pira de olorosos troncos
afirmas tú que debes perecer,
para, después, de tus cenizas propias
volver a renacer?
Será cierto, muy cierto; pero, Fénix,
quisiéralo yo ver.«-
Algo amoscado el Fénix, contestole:
-»¿Graznaste
en vida, y dices que al morir
será tu postrer canto tan divino,
que te harás aplaudir?
También será muy cierto; pero, Cisne,
quisiérate yo oír.«-
El leño y la carcoma
(Premiada en el certamen del Centro de Lectura de Reus)
-»¿Por
qué taladras con tanto empeño
mi pobre cuerpo?« -decía el leño.-
-»¿De
mis entrañas no has de salirte?«-
-»He de seguirte.«-
-»¿Y
harás durables mis penas fieras?«-
-»Hasta que mueras.«-
-»Dime.
¿Quién
eres, huésped tirano,
que ningún ruego tu saña doma?«-
-»Soy un gusano;
soy la carcoma.«-
***
-»¿Por
qué me roe tu agudo diente?«-
Clamaba a voces un delincuente-
»Deja mi alma, gusano horrible.«-
-»No; no es posible.«-
-»Y esta tortura, cruel, homicida,
¿durará
mucho?«-
-»Toda tu vida.«-
-»¿Quién
eres, dime, que así te plugo
ser el martirio de mi existencia?»-
-»Soy tu verdugo;
soy la conciencia.»-
El gallo y el búho
(Premiada)
Antes del alba despertose el Gallo.
-»Perezosos, alzad; la aurora brilla.«-
Y oculto en su escondrijo el ciego Búho:
-»Mientes, dijo: no luce todavía.«-
El sol, no obstante, apareció en Oriente
dorando el mar, el monte y la campiña,
y al punto saludáronle risueñas
con su fragante olor las florecillas,
las fuentes con sus plácidos murmurios,
las aves con sus cantos de armonía.
Cuando su luz en el zenit brillaba,
fuese el Gallo a encontrar en su pocilga
al pájaro nocturno: -»Dan las doce;
levántate, haragán. Saluda al día.«-
El Búho entonces con semblante huraño,
y en su indolencia por demás indigna,
cerró los ojos, y clamó de nuevo:
-»Mientes: mientes; no luce todavía.«-
***
Dejad al adversario de las luces
que halle en las sombras su mejor delicia.
Si vuestras almas ven en el Oriente
que el sol hermoso del progreso brilla,
anunciad como el Gallo sus albores,
saludad con aplauso su venida.
El lobo y el poeta
Yendo a apagar su sed en el arroyo,
el lobo vio al poeta
que andaba por su margen; y, con ira,
le habló de esta manera:
-»Al fin te encuentro, detractor infame,
ladrón de honras ajenas;
y por Dios que esta vez a colmillazos
te arrancaré la lengua.
¿A
qué querer tildar nuestras costumbres
con tu moral eterna?
Si huyendo de las nieves y del hambre,
bajamos de la sierra
en busca de alimento, -¡qué
delito,
qué osadía la nuestra!
Si el corral invadimos, -¡qué
gran crimen:
»se han comido la oveja!
Y eternamente tu maldita pluma
nos saca a la vergüenza
y tus versos nos tienen con el mundo
en implacable guerra.
¿Es
esta caridad la que pregonas?
¿Es este el bien que siembras?
Te voy a desollar.«-
-»Poquito a poco;«
-le contestó el poeta.-
»Si das un paso más te doy la muerte
con esta aguda flecha.
Modérate y escucha mis razones.«-
-»¿Serán
calumnias nuevas?«-
-»No las forjé jamás. He de ofrecerte
datos que te convenzan.
Mira bien este arroyo.«-
-»Ya lo miro,«-
-gruñó airada la fiera.-
-»¿Los
objetos vecinos no se copian
en sus aguas serenas?
El junco que se cimbra en sus orillas;
el sauce que le besa;
las flores que coronan su corriente;
la nube pasajera;
todo; todo, en su fondo transparente,
fielmente se refleja.
Si alguna vez el gavilán se abate
y rompe con fiereza
el blando nido que colgó en el árbol
cercano el ave tierna;
si destroza los cándidos polluelos
con sus uñas sangrientas,
en sus límpidas ondas se dibuja
esa terrible escena;
y las ondas después van murmurando
el delito que vieran.
Al cristal del arroyo es semejante
el alma del poeta;
la menor injusticia fragua al punto
una tormenta en ella;
y es por demás que la aconseje, entonces,
que lo que ha visto cuenta.«-
***
El lobo se miró en aquel espejo,
y al ver su faz siniestra,
dio aullidos de estupor, crujió los dientes,
y se volvió a la sierra.
La espiga
Pidiendo a la aurora perlas,
con vivas ansias,
la espiga hacia el firmamento
su frente alzaba.
Hinchó el rocío su seno,
se vio granada,
y, de entonces, a la tierra
se dobla esclava,
y ya no mira a los cielos;
ved si es ingrata.
***
¡Cómo
semeja a la espiga
la raza humana!
¡Qué
rezos pidiendo al cielo
dichas ansiadas!
¡Qué
terrenales olvidos
cuando se alcanzan!
El tronco y el carbón
(Premiada)
Dando una noche lúgubres quejidos,
suspiros hondos,
junto al carbón, en el hogar, ardía
un verde tronco.
Cansado de escucharle, el carbón dijo
con cierto enojo:
-»Estás regando en llanto la ceniza.
¿Te has vuelto loco?
¿A
qué tanto gemir?«-
-»¡Ay!
mis tormentos
son horrorosos.«-
-»Son las primeras dolorosas pruebas;
bien las conozco.
Cuando en el bosque fui carbonizado
sentí lo propio.
Ten ¡oh tronco! valor en el martirio;
no más sollozos.
Yo he padecido tanto, en este mundo
de engaño y dolo,
que, secas ya las fuentes de mis lágrimas,
sufro y no lloro.«-
El dique y el torrente
(Premiada)
-»No me sujetes, -decía al dique
cierto torrente,- déjame en paz:
aquellos tiempos en que asolaba
estas riberas no volverán.
Mudé de genio: cambié costumbres;
nada de bríos, ni de altivez;
hoy me deslizo, cual arroyuelo
manso, muy manso, como tú ves.
Y al que da muestras de humilde y útil,
¿no
has de volverle la libertad?«-
-»Cierto, el influjo de tu onda suave
en estos valles es eficaz«-
-contestó el dique,- y aunque me debes
»el cambio extraño que en ti se obró,
nada reclamo; te quito el freno,
para que corras a tu sabor.«-
Vino el invierno, y aquel torrente
más iracundo volvió a crecer,
inundó valles, derribó muros,
y el llanto y luto sembró otra vez.
Tras tanto estrago -»Construid diques
gritaba en coro la vecindad:-
que los torrentes y las pasiones,
antes que crezcan se han de enfrenar.«-
La tórtola y el
Ave-Fénix
(Premiada)
-»¡Qué
feliz suerte la suerte tuya!«
-decía al Fénix la Tortolilla.-
»¿Mueres?
¡Qué
importa, si más dichosa,
después renaces de tus cenizas,
y otra vez tornas a estos lugares
cual tornar suelen las golondrinas
y aquí recoges tus ilusiones
y haces perpetuas tus alegrías!
¿Por
qué contigo tal privilegio?
La parca en tanto siega mi vida;
huyo estos valles, y jamás vuelvo
¿Por
qué conmigo tal injusticia?«-
-»¡Ay!
no te halague, -contestó el Fénix,-
esta ficticia fortuna mía.
Yo vivo sola, sola en el mundo;
yo no he probado ni una caricia;
no tuve amores; no tengo prole;
soy planta estéril, ave maldita.
Mas tú, cuitada, tú amaste siempre;
tú has sido madre, ¿qué mejor dicha?
¿Por
qué te dueles de una existencia
que es tan hermosa con ser efímera?
¿Ser
feliz quieres? Sigue el consejo
que yo he seguido: Tórtola amiga,
nunca desdeñes tu propia suerte;
nunca la ajena te inspire envidia.«-
El fuego
¿Y
no os parece que el fuego
tiene caprichos que espantan?
Pone la piedra caliza,
como la nieve tan blanca;
después coge el pobre leño,
y en negro carbón lo cambia.
***
¿Será
fuego la fortuna?
También ella, injusta y varia,
viste a los unos de negro,
los otros color de plata.
La nube y la montaña
(Premiada)
-»¿Por
qué, nube traidora,
-decía la montaña-
me envuelves en tinieblas
si sabes que me dañas?
¿Por
qué a mi vista escondes
el sol que me alumbraba?
¿No
ves, que, con su ausencia,
voy a perder mis galas?
Aléjate; no quiero
tus sombras, ni tus aguas.«-
La nube contestole:
-»No seas insensata.
Mi sombra el fuego templa
del sol que te abrasaba;
mi lluvia reverdece
tus bosques y tus plantas;
mis hálitos dan vida
a tantas flores varias,
que, ricas de perfumes,
tu atmósfera embalsaman.
Negárate mi influjo,
y todo se agostara;
y esos frondosos sitios
serían rocas áridas.
Si, pues, tanto me debes,
¿por
qué tan mal me pagas?«-
***
Dejad que tropecemos
con almas desdichadas
que tengan como el monte
de roca las entrañas.
¿Nos
niegan gratitudes?
Sufrámoslo con calma;
sembremos beneficios;
a caridad lo manda.
La ermita
En el fondo del valle
hay una ermita.
Su fachada sorprende
por lo sombría;
sus paredes la yedra
tiene roídas;
y el viento ha derribado
su cruz bendita.
Algunos la abandonan
con traza impía;
se mofan de ella al verla
tan derruida.
Mas eso al buen creyente
no desanima.
Entrad, y allá en su seno
todo os cautiva.
Flores y olas de incienso
la aromatizan;
las luces la convierten
en ascua viva;
el órgano la llena
de melodías
y la plegaria tiende
sus alas místicas
y al trono de la Virgen
su vuelo guía.
Allí todo es misterio,
luz y armonías;
allí el fervor se funde
en fe divina;
allí el bien se despierta,
y el mal se olvida;
allí los justos gozan
y se extasían.
¡Por
de fuera tan pobre;
por dentro rica!
¡Dios
tu existencia vele;
Dios te bendiga!
***
Si hay en las cosas humanas
semblanza con las divinas,
¿no
os parece que el poeta
es imagen de la ermita?
El dolor surca su frente;
va rendido de fatiga;
y una turba de insensatos
que sus duelos no adivina,
con sarcasmos escarnece
sus vestimentas raídas.
Si entrara en su corazón,
que idolatra la armonía;
que da culto a la belleza,
que la verdad glorifica;
si penetrara en su alma
tan coronada de espinas,
que por cien llagas abiertas
va manando sangre viva.
Si tanta grandeza viera,
sin duda comprendería
que bajo un ropaje pobre
suele hallarse un alma rica.
El corcel
(Premiada)
El cuello enhiesto, y con la crin al aire,
piafando altivo y describiendo tornos,
con sed de gloria, apareció en el Circo
soberbio potro.
El hábil domador quitole el freno,
pasó la diestra por sus anchos lomos
y a un signo suyo, el generoso bruto
partió fogoso.
¡Qué
de ejercicios practicó!
¡qué
juegos!
¡Qué
raro instinto y aptitud en todo!
¿Rompía
un vals la música? Valsaba
vertiginoso.
¿Se
oía el toque del clarín de guerra?
Ansiando lides, relinchaba loco;
y hendía sin temor aros, que ardían
cual vivos hornos;
o fingíase muerto; o deteniendo
su carrera veloz, ante el patrono
hincaba la rodilla, y le besaba
humilde el rostro.
El público en frenéticos aplausos
daba muestras vivísimas de asombro,
cuando, puesto de pie en el regio palco,
imberbe mozo
gritole al dueño: -»Ese corcel es mío,
tásale precio. No escaseo el oro.«-
El mancebo era un príncipe, heredero
de egregio trono,
a quien su padre el rey, para ilustrarle
y domeñar su espíritu fogoso,
le hacía, por países extranjeros,
viajar de incógnito.
Al asomar la luz de nueva aurora
ya cabalgaba el joven en el potro,
y contra de él, el látigo blandía
con rudo enojo.
El altivo animal, que no era digno
de aquellos tratos bárbaros, sufriolos,
no obstante de sentir que le dolían
por lo afrentosos.
Pero hiriole después el acicate,
y al ver en sangre sus ijares rojos,
se irguió y dio un salto que al jinete hizo
morder el polvo.
Cuando a sus plantas le miró humillado,
con lástima tal vez, mas no con odio,
habló el corcel al altanero joven
en este tono:
-»La majestad no debe ejercer nunca
actos fieros que manchen su decoro;
que haya bondad, Señor, que haya justicia,
en la silla lo mismo que en el trono.«-
***
Los que en la cumbre del poder trataren
al súbdito leal de inicuo modo,
no olviden esas frases sentenciosas
del noble potro.
El clavo y el martillo
-»Mal hayan amén tus golpes;
-decía el clavo al martillo-
¿qué
daño pude yo hacerte
que me aniquilas impío?«-
Y el martillo contestaba:
-»No te destruyo; te afirmo.
Quien mayor virtud pretende,
necesita ser sufrido.«-
El espino y la higuera
Con gritos mofadores
dijo a la higuera el matizado espino:
-»En poca estima te tendrá el Destino,
que te negó sus flores.«-
-»Tu en vez de flores -contestó la higuera-
debieras vestir lutos;
yo de vergüenza y de dolor muriera,
si al hombre no le diera,
mis sazonados frutos.«-
La lámpara y el tizón
Encerrada de noche, en cierta estancia,
una lámpara ardía,
juzgándose, en su orgullo, más fulgente
que las estrellas mismas,
en tanto que humeante y sudoroso,
un robusto tizón de añosa encina,
en el hogar, gimiendo,
sin poderse inflamar, se consumía.
-»¿Qué
hiciste, viejo tronco, de tu gloria?-
clamaba aquella con burlona risa;-
¿por
qué están apagados
tus resplandores hoy?
¿Cómo
no brillas?«-
El amargo silencio
fue la respuesta de la pobre encina;
cuando, de pronto el viento,
que, con furor rugía,
penetró allí. La lámpara, su soplo
no puede resistir y al punto espira;
pero el tizón, entonces,
cobrando nueva vida;
aquella estancia oscura,
benigno alumbra con su luz rojiza.
***
Los menguados espíritus sucumben
al primer soplo de fugaz desdicha;
los grandes corazones,
como la noble encina,
se crecen al rigor de la tormenta,
y en las horas de prueba es cuando brillan.
El príncipe y el
magnate
Oculto bajo el traje de humildes peregrinos,
el gran califa Alchisis y su visir Giafar,
su estado recorrían, tras sí dejando el sello
de sus sabios consejos, de su celo eficaz.
Un día al ver que inicuos, los siervos de un magnate,
echaban de su alcázar, con bárbara impiedad,
a un desvalido anciano, Alchisis dijo al dueño:
-»¿Qué
os hizo el desdichado que le tratáis tan mal?
¿Cómo
negáis asilo al infeliz viajero,
que invoca el dulce nombre de la hospitalidad?
¿Os
devastó los campos?
¿Os
destruyó el palacio?«-
Confuso el potentado, le contestó: -»No tal;
mas es un extranjero, maldito del Profeta;
un pérfido cristiano, contrario del Corán.«-
El príncipe repuso: -»El pobre es nuestro hermano;
deber es de los ricos partir con él su pan;
os contaré un apólogo, y, acaso, en lo futuro,
seáis más tolerante; seáis más liberal:
Airada la serpiente, decía al bello oasis:
¿Por
qué a todos los seres prodigas a la par
la sombra de tus bosques, el agua de tus fuentes
los frutos deleitosos de tu suelo feraz?
¿Por
qué acoges al bueno lo mismo que al perverso?
¿Por
qué das al impío lo que al creyente das?«-
Y contestó el oasis: -»La caridad es ciega;
en medio esos desiertos de horrible inmensidad,
mi seno es un refugio contra la sed y el hambre;
en mí todos los hombres tienen derecho igual;
yo cumplo mi destino, brindándole mis dones;
si bien o mal obraron, Alá los juzgará.«-
Su intento vio cumplido el príncipe discreto,
con esa fabulilla de tan pura moral;
el rico, conmovido, llevó el pobre a su alcázar;
le dio asiento en su mesa; le calentó en su hogar;
y, desde aquel momento, rindió perpetuo culto
a los deberes santos de la hospitalidad.
El cedro
-»Gigante cedro, que al cielo
alzas tu frente sublime,
¿de
qué madera te hicieron,
que tanto embate resistes?
No importa que el cierzo ruja,
no importa que el rayo brille;
no hay fuegos que te consuman,
ni vientos que te derriben;
¿será
el verdor de tus hojas,
y el suave olor que despides,
digno galardón, acaso,
de tu firmeza invencible?«-
-»Lo ignoro; -el árbol del Líbano
contestó con voz humilde;-
sé que una virtud poseo:
la de ser incorruptible.«-
***
¡Fueran
belleza y justicia
labrados de cedro insigne!
No se mellaran las honras;
ni quedara impune el crimen.
El redoblante y el
parche
-»Tienes instintos bien malos:
-dijo el parche al redoblante,-
y es ya sobrado irritante
que me maltrates a palos.«-
-»Pues, tambor de Barrabás,
¿quién
curará tu galbana?
¿Sin
zurrarte la badana,
sonarías tú jamás?«-
***
La pereza es elocuente
retrato de ese tambor;
la hacen sólo diligente
las baquetas del rigor.
El granizo
(Premiada)
-»¿Por
qué corres por la huerta
con tan recio temporal?
¿No
ves que te estás mojando,
loquilla?«-
-»Calla, papá
que recojo hermosas perlas
para tejerme un collar.«-
Y levantando las puntas
de su blanco delantal:
-»Mira, -clamaba la niña
con un gozo singular:-
piedras preciosas del cielo.
¡Qué
bien que me sentarán!«-
¡Pobre
hija mía! esas joyas
que creíste atesorar,
eran granizo de marzo,
y al tocarlas, por tu mal,
se deshicieron en agua
dejando muerto tu afán.
***
¿Verdad
que las ilusiones
son de condición igual?
Perlas, al brillar de lejos;
agua, cuando las tocáis.
Las ramas y las raíces
(Premiada)
Parece que las ramas,-allá en la primavera,
cubiertas por las hojas-de un manto de verdor,
al tronco se quejaban-de verse esclavizadas
y a la raíz sujetas-con sobras de rigor.
-»Lo bajo de su estofa,-sus hábitos rastreros
mancillan nuestras galas,-nuestro esplendor gentil;
permita Dios-clamaban-que el hacha cortadora
nos libre prontamente-de su contacto vil.«-
-»Callad-contestó el tronco-¿no
veis que generosas
en antros cavernosos-se arrastran con afán;
y viven en la sombra-y cavan con fatiga,
para adquirir al cabo-la savia que nos dan?
Si el hacha nos quitara-su apoyo saludable,
¿sabéis
lo que ocurriera?-Perdida la virtud,
cayéramos sin vida.-Tengámoslas cariño;
quien siembra beneficios,-que alcance gratitud.«-
Los salvajes y el Nilo
En la margen del Nilo,
unos fieros salvajes del desierto
insultaban, con bárbaros clamores,
al astro que ilumina el universo.
¡Impotente
furor! Mientra, insensatos,
le lanzaban apóstrofes tremendos,
el sol, imperturbable en su carrera,
inundaba de luz a los blasfemos.
Entonces dijo el Nilo: -»Vuestro ultraje
halló el castigo en el desdén supremo;
jamás la negra injuria
manchó grandezas, ni escaló los cielos.«-
La colina y el arroyo
La colina su cumbre
levanta ufana;
y el susurrante arroyo,
de frescas aguas,
circundándola alegre,
besa su falda.
-»Colinita risueña,
¿por
qué tan varia:
con unos tan agreste,
con otros blanda?
¿Qué
vale ese atrevido
que tanto alcanza,
que en amoroso arrullo
contigo enlaza?
¿No
es preferencia injusta
darle esas anchas?«-
-»Necio,
¿no
ves que tiene
brazos de plata?«-
***
¡Señor:
hasta las peñas
interesadas!
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