El cisne y el Fénix 
					 
					
					
					-»¿Sobre 
					una pira de olorosos troncos 
					afirmas tú que debes perecer, 
					para, después, de tus cenizas propias 
					                volver a renacer? 
					Será cierto, muy cierto; pero, Fénix, 
					                quisiéralo yo ver.«- 
					    Algo amoscado el Fénix, contestole: 
					-»¿Graznaste 
					en vida, y dices que al morir 
					será tu postrer canto tan divino, 
					                que te harás aplaudir? 
					También será muy cierto; pero, Cisne, 
					                quisiérate yo oír.«- 
					 
					El leño y la carcoma 
					
					
					(Premiada en el certamen del Centro de Lectura de Reus) 
					 
					
					
					-»¿Por 
					qué taladras con tanto empeño 
					mi pobre cuerpo?« -decía el leño.- 
					-»¿De 
					mis entrañas no has de salirte?«- 
					                -»He de seguirte.«- 
					-»¿Y 
					harás durables mis penas fieras?«- 
					                -»Hasta que mueras.«- 
					-»Dime. 
					
					¿Quién 
					eres, huésped tirano, 
					que ningún ruego tu saña doma?«- 
					                -»Soy un gusano; 
					                soy la carcoma.«- 
					 
					                                        *** 
					 
					-»¿Por 
					qué me roe tu agudo diente?«- 
					Clamaba a voces un delincuente- 
					»Deja mi alma, gusano horrible.«- 
					                -»No; no es posible.«- 
					-»Y esta tortura, cruel, homicida, 
					
					
					¿durará 
					mucho?«- 
					                                   -»Toda tu vida.«- 
					-»¿Quién 
					eres, dime, que así te plugo 
					ser el martirio de mi existencia?»- 
					                -»Soy tu verdugo; 
					                soy la conciencia.»- 
					 
					El gallo y el búho 
					
					
					(Premiada) 
					 
					
					
					    Antes del alba despertose el Gallo. 
					-»Perezosos, alzad; la aurora brilla.«- 
					Y oculto en su escondrijo el ciego Búho: 
					-»Mientes, dijo: no luce todavía.«- 
					    El sol, no obstante, apareció en Oriente 
					dorando el mar, el monte y la campiña, 
					y al punto saludáronle risueñas 
					con su fragante olor las florecillas, 
					las fuentes con sus plácidos murmurios, 
					las aves con sus cantos de armonía. 
					    Cuando su luz en el zenit brillaba, 
					fuese el Gallo a encontrar en su pocilga 
					al pájaro nocturno: -»Dan las doce; 
					levántate, haragán. Saluda al día.«- 
					    El Búho entonces con semblante huraño, 
					y en su indolencia por demás indigna, 
					cerró los ojos, y clamó de nuevo: 
					-»Mientes: mientes; no luce todavía.«- 
					 
					                                           *** 
					 
					    Dejad al adversario de las luces 
					que halle en las sombras su mejor delicia. 
					Si vuestras almas ven en el Oriente 
					que el sol hermoso del progreso brilla, 
					anunciad como el Gallo sus albores, 
					saludad con aplauso su venida. 
					 
					El lobo y el poeta 
					 
					Yendo a apagar su sed en el arroyo, 
					             el lobo vio al poeta 
					que andaba por su margen; y, con ira, 
					             le habló de esta manera: 
					-»Al fin te encuentro, detractor infame, 
					             ladrón de honras ajenas; 
					y por Dios que esta vez a colmillazos 
					             te arrancaré la lengua. 
					
					
					¿A 
					qué querer tildar nuestras costumbres 
					             con tu moral eterna? 
					Si huyendo de las nieves y del hambre, 
					             bajamos de la sierra 
					en busca de alimento, -¡qué 
					delito, 
					             qué osadía la nuestra! 
					
					
					Si el corral invadimos, -¡qué 
					gran crimen: 
					             »se han comido la oveja! 
					Y eternamente tu maldita pluma 
					             nos saca a la vergüenza 
					y tus versos nos tienen con el mundo 
					             en implacable guerra. 
					
					
					¿Es 
					esta caridad la que pregonas? 
					             ¿Es este el bien que siembras? 
					Te voy a desollar.«- 
					-»Poquito a poco;« 
					             -le contestó el poeta.- 
					»Si das un paso más te doy la muerte 
					             con esta aguda flecha. 
					Modérate y escucha mis razones.«- 
					             -»¿Serán 
					calumnias nuevas?«- 
					-»No las forjé jamás. He de ofrecerte 
					             datos que te convenzan. 
					Mira bien este arroyo.«- 
					                                      -»Ya lo miro,«- 
					             -gruñó airada la fiera.- 
					-»¿Los 
					objetos vecinos no se copian 
					             en sus aguas serenas? 
					El junco que se cimbra en sus orillas; 
					             el sauce que le besa; 
					las flores que coronan su corriente; 
					             la nube pasajera; 
					todo; todo, en su fondo transparente, 
					             fielmente se refleja. 
					Si alguna vez el gavilán se abate 
					             y rompe con fiereza 
					el blando nido que colgó en el árbol 
					             cercano el ave tierna; 
					si destroza los cándidos polluelos 
					             con sus uñas sangrientas, 
					en sus límpidas ondas se dibuja 
					             esa terrible escena; 
					y las ondas después van murmurando 
					             el delito que vieran. 
					Al cristal del arroyo es semejante 
					             el alma del poeta; 
					la menor injusticia fragua al punto 
					             una tormenta en ella; 
					y es por demás que la aconseje, entonces, 
					que lo que ha visto cuenta.«- 
					 
					                                *** 
					 
					El lobo se miró en aquel espejo, 
					             y al ver su faz siniestra, 
					dio aullidos de estupor, crujió los dientes, 
					             y se volvió a la sierra. 
					 
					La espiga 
					 
					Pidiendo a la aurora perlas, 
					            con vivas ansias, 
					la espiga hacia el firmamento 
					            su frente alzaba. 
					Hinchó el rocío su seno, 
					            se vio granada, 
					y, de entonces, a la tierra 
					            se dobla esclava, 
					y ya no mira a los cielos; 
					            ved si es ingrata. 
					 
					                    *** 
					 
					
					
					¡Cómo 
					semeja a la espiga 
					             la raza humana! 
					
					
					¡Qué 
					rezos pidiendo al cielo 
					             dichas ansiadas! 
					
					
					¡Qué 
					terrenales olvidos 
					             cuando se alcanzan! 
					 
					El tronco y el carbón 
					
					
					(Premiada) 
					 
					Dando una noche lúgubres quejidos, 
					       suspiros hondos, 
					junto al carbón, en el hogar, ardía 
					             un verde tronco. 
					Cansado de escucharle, el carbón dijo 
					             con cierto enojo: 
					-»Estás regando en llanto la ceniza. 
					             ¿Te has vuelto loco? 
					
					
					¿A 
					qué tanto gemir?«- 
					                                        -»¡Ay! 
					mis tormentos 
					             son horrorosos.«- 
					-»Son las primeras dolorosas pruebas; 
					             bien las conozco. 
					Cuando en el bosque fui carbonizado 
					             sentí lo propio. 
					Ten ¡oh tronco! valor en el martirio; 
					             no más sollozos. 
					Yo he padecido tanto, en este mundo 
					             de engaño y dolo, 
					que, secas ya las fuentes de mis lágrimas, 
					             sufro y no lloro.«- 
					 
					El dique y el torrente 
					
					
					(Premiada) 
					 
					-»No me sujetes, -decía al dique 
					cierto torrente,- déjame en paz: 
					aquellos tiempos en que asolaba 
					estas riberas no volverán. 
					    Mudé de genio: cambié costumbres; 
					nada de bríos, ni de altivez; 
					hoy me deslizo, cual arroyuelo 
					manso, muy manso, como tú ves. 
					    Y al que da muestras de humilde y útil, 
					
					
					¿no 
					has de volverle la libertad?«- 
					-»Cierto, el influjo de tu onda suave 
					en estos valles es eficaz«- 
					    -contestó el dique,- y aunque me debes 
					»el cambio extraño que en ti se obró, 
					nada reclamo; te quito el freno, 
					para que corras a tu sabor.«- 
					    Vino el invierno, y aquel torrente 
					más iracundo volvió a crecer, 
					inundó valles, derribó muros, 
					y el llanto y luto sembró otra vez. 
					    Tras tanto estrago -»Construid diques 
					gritaba en coro la vecindad:- 
					que los torrentes y las pasiones, 
					antes que crezcan se han de enfrenar.«- 
					 
					La tórtola y el 
					Ave-Fénix 
					
					
					(Premiada) 
					 
					-»¡Qué 
					feliz suerte la suerte tuya!« 
					-decía al Fénix la Tortolilla.- 
					»¿Mueres?
					
					
					¡Qué 
					importa, si más dichosa, 
					después renaces de tus cenizas, 
					y otra vez tornas a estos lugares 
					cual tornar suelen las golondrinas 
					y aquí recoges tus ilusiones 
					y haces perpetuas tus alegrías! 
					
					
					¿Por 
					qué contigo tal privilegio? 
					La parca en tanto siega mi vida; 
					huyo estos valles, y jamás vuelvo 
					
					
					¿Por 
					qué conmigo tal injusticia?«- 
					    -»¡Ay! 
					no te halague, -contestó el Fénix,- 
					esta ficticia fortuna mía. 
					Yo vivo sola, sola en el mundo; 
					yo no he probado ni una caricia; 
					no tuve amores; no tengo prole; 
					soy planta estéril, ave maldita. 
					Mas tú, cuitada, tú amaste siempre; 
					tú has sido madre, ¿qué mejor dicha? 
					
					
					¿Por 
					qué te dueles de una existencia 
					que es tan hermosa con ser efímera? 
					
					
					¿Ser 
					feliz quieres? Sigue el consejo 
					que yo he seguido: Tórtola amiga, 
					nunca desdeñes tu propia suerte; 
					nunca la ajena te inspire envidia.«- 
					 
					El fuego 
					 
					
					
					¿Y 
					no os parece que el fuego 
					tiene caprichos que espantan? 
					Pone la piedra caliza, 
					como la nieve tan blanca; 
					después coge el pobre leño, 
					y en negro carbón lo cambia. 
					 
					                           *** 
					 
					
					
					¿Será 
					fuego la fortuna? 
					También ella, injusta y varia, 
					viste a los unos de negro, 
					los otros color de plata. 
					 
					La nube y la montaña 
					
					
					(Premiada) 
					 
					-»¿Por 
					qué, nube traidora, 
					-decía la montaña- 
					me envuelves en tinieblas 
					si sabes que me dañas? 
					
					
					¿Por 
					qué a mi vista escondes 
					el sol que me alumbraba? 
					
					
					¿No 
					ves, que, con su ausencia, 
					voy a perder mis galas? 
					Aléjate; no quiero 
					tus sombras, ni tus aguas.«- 
					    La nube contestole: 
					-»No seas insensata. 
					Mi sombra el fuego templa 
					del sol que te abrasaba; 
					mi lluvia reverdece 
					tus bosques y tus plantas; 
					mis hálitos dan vida 
					a tantas flores varias, 
					que, ricas de perfumes, 
					tu atmósfera embalsaman. 
					Negárate mi influjo, 
					y todo se agostara; 
					y esos frondosos sitios 
					serían rocas áridas. 
					Si, pues, tanto me debes, 
					
					
					¿por 
					qué tan mal me pagas?«- 
					 
					                           *** 
					 
					    Dejad que tropecemos 
					con almas desdichadas 
					que tengan como el monte 
					de roca las entrañas. 
					
					
					¿Nos 
					niegan gratitudes? 
					Sufrámoslo con calma; 
					sembremos beneficios; 
					a caridad lo manda. 
					 
					La ermita 
					 
					    En el fondo del valle 
					          hay una ermita. 
					Su fachada sorprende 
					          por lo sombría; 
					sus paredes la yedra 
					          tiene roídas; 
					y el viento ha derribado 
					          su cruz bendita. 
					Algunos la abandonan 
					          con traza impía; 
					se mofan de ella al verla 
					          tan derruida. 
					Mas eso al buen creyente 
					          no desanima. 
					Entrad, y allá en su seno 
					          todo os cautiva. 
					Flores y olas de incienso 
					          la aromatizan; 
					las luces la convierten 
					          en ascua viva; 
					el órgano la llena 
					          de melodías 
					y la plegaria tiende 
					          sus alas místicas 
					y al trono de la Virgen 
					          su vuelo guía. 
					Allí todo es misterio, 
					          luz y armonías; 
					allí el fervor se funde 
					          en fe divina; 
					allí el bien se despierta, 
					          y el mal se olvida; 
					allí los justos gozan 
					          y se extasían. 
					
					
					¡Por 
					de fuera tan pobre; 
					          por dentro rica! 
					
					
					¡Dios 
					tu existencia vele; 
					          Dios te bendiga! 
					 
					                          *** 
					 
					    Si hay en las cosas humanas 
					 semblanza con las divinas, 
					
					
					¿no 
					os parece que el poeta 
					es imagen de la ermita? 
					    El dolor surca su frente; 
					va rendido de fatiga; 
					y una turba de insensatos 
					que sus duelos no adivina, 
					con sarcasmos escarnece 
					sus vestimentas raídas. 
					    Si entrara en su corazón, 
					que idolatra la armonía; 
					que da culto a la belleza, 
					que la verdad glorifica; 
					si penetrara en su alma 
					tan coronada de espinas, 
					que por cien llagas abiertas 
					va manando sangre viva. 
					    Si tanta grandeza viera, 
					sin duda comprendería 
					que bajo un ropaje pobre 
					suele hallarse un alma rica. 
					 
					El corcel 
					
					
					(Premiada) 
					 
					El cuello enhiesto, y con la crin al aire, 
					piafando altivo y describiendo tornos, 
					con sed de gloria, apareció en el Circo 
					                   soberbio potro. 
					    El hábil domador quitole el freno, 
					pasó la diestra por sus anchos lomos 
					y a un signo suyo, el generoso bruto 
					                   partió fogoso. 
					    
					
					¡Qué 
					de ejercicios practicó! 
					
					¡qué 
					juegos! 
					
					
					¡Qué 
					raro instinto y aptitud en todo! 
					
					
					¿Rompía 
					un vals la música? Valsaba 
					                   vertiginoso. 
					    
					
					¿Se 
					oía el toque del clarín de guerra? 
					Ansiando lides, relinchaba loco; 
					y hendía sin temor aros, que ardían 
					                   cual vivos hornos; 
					    o fingíase muerto; o deteniendo 
					su carrera veloz, ante el patrono 
					hincaba la rodilla, y le besaba 
					                   humilde el rostro. 
					    El público en frenéticos aplausos 
					daba muestras vivísimas de asombro, 
					cuando, puesto de pie en el regio palco, 
					                   imberbe mozo 
					gritole al dueño: -»Ese corcel es mío, 
					tásale precio. No escaseo el oro.«- 
					El mancebo era un príncipe, heredero 
					                   de egregio trono, 
					    a quien su padre el rey, para ilustrarle 
					y domeñar su espíritu fogoso, 
					le hacía, por países extranjeros, 
					                   viajar de incógnito. 
					    Al asomar la luz de nueva aurora 
					ya cabalgaba el joven en el potro, 
					y contra de él, el látigo blandía 
					                   con rudo enojo. 
					    El altivo animal, que no era digno 
					de aquellos tratos bárbaros, sufriolos, 
					no obstante de sentir que le dolían 
					                   por lo afrentosos. 
					    Pero hiriole después el acicate, 
					y al ver en sangre sus ijares rojos, 
					se irguió y dio un salto que al jinete hizo 
					                   morder el polvo. 
					    Cuando a sus plantas le miró humillado, 
					con lástima tal vez, mas no con odio, 
					habló el corcel al altanero joven 
					                   en este tono: 
					    -»La majestad no debe ejercer nunca 
					actos fieros que manchen su decoro; 
					que haya bondad, Señor, que haya justicia, 
					en la silla lo mismo que en el trono.«- 
					 
					                                           *** 
					 
					    Los que en la cumbre del poder trataren 
					al súbdito leal de inicuo modo, 
					no olviden esas frases sentenciosas 
					                   del noble potro. 
					 
					El clavo y el martillo 
					 
					-»Mal hayan amén tus golpes; 
					-decía el clavo al martillo- 
					
					
					¿qué 
					daño pude yo hacerte 
					que me aniquilas impío?«- 
					    Y el martillo contestaba: 
					-»No te destruyo; te afirmo. 
					Quien mayor virtud pretende, 
					necesita ser sufrido.«- 
					 
					El espino y la higuera 
					 
					Con gritos mofadores 
					dijo a la higuera el matizado espino: 
					-»En poca estima te tendrá el Destino, 
					que te negó sus flores.«- 
					-»Tu en vez de flores -contestó la higuera- 
					debieras vestir lutos; 
					yo de vergüenza y de dolor muriera, 
					si al hombre no le diera, 
					mis sazonados frutos.«- 
					 
					La lámpara y el tizón 
					 
					    Encerrada de noche, en cierta estancia, 
					una lámpara ardía, 
					juzgándose, en su orgullo, más fulgente 
					que las estrellas mismas, 
					en tanto que humeante y sudoroso, 
					un robusto tizón de añosa encina, 
					en el hogar, gimiendo, 
					sin poderse inflamar, se consumía. 
					-»¿Qué 
					hiciste, viejo tronco, de tu gloria?- 
					clamaba aquella con burlona risa;- 
					
					
					¿por 
					qué están apagados 
					tus resplandores hoy? 
					
					¿Cómo 
					no brillas?«- 
					    El amargo silencio 
					fue la respuesta de la pobre encina; 
					cuando, de pronto el viento, 
					que, con furor rugía, 
					penetró allí. La lámpara, su soplo 
					no puede resistir y al punto espira; 
					pero el tizón, entonces, 
					cobrando nueva vida; 
					aquella estancia oscura, 
					benigno alumbra con su luz rojiza. 
					 
					                                           *** 
					 
					    Los menguados espíritus sucumben 
					al primer soplo de fugaz desdicha; 
					los grandes corazones, 
					como la noble encina, 
					se crecen al rigor de la tormenta, 
					y en las horas de prueba es cuando brillan. 
					 
					El príncipe y el 
					magnate 
					 
					    Oculto bajo el traje de humildes peregrinos, 
					el gran califa Alchisis y su visir Giafar, 
					su estado recorrían, tras sí dejando el sello 
					de sus sabios consejos, de su celo eficaz. 
					    Un día al ver que inicuos, los siervos de un magnate, 
					echaban de su alcázar, con bárbara impiedad, 
					a un desvalido anciano, Alchisis dijo al dueño: 
					-»¿Qué 
					os hizo el desdichado que le tratáis tan mal? 
					
					
					¿Cómo 
					negáis asilo al infeliz viajero, 
					que invoca el dulce nombre de la hospitalidad? 
					
					
					¿Os 
					devastó los campos? 
					
					¿Os 
					destruyó el palacio?«- 
					Confuso el potentado, le contestó: -»No tal; 
					mas es un extranjero, maldito del Profeta; 
					un pérfido cristiano, contrario del Corán.«- 
					El príncipe repuso: -»El pobre es nuestro hermano; 
					deber es de los ricos partir con él su pan; 
					os contaré un apólogo, y, acaso, en lo futuro, 
					seáis más tolerante; seáis más liberal: 
					    Airada la serpiente, decía al bello oasis: 
					
					
					¿Por 
					qué a todos los seres prodigas a la par 
					la sombra de tus bosques, el agua de tus fuentes 
					los frutos deleitosos de tu suelo feraz? 
					
					
					¿Por 
					qué acoges al bueno lo mismo que al perverso? 
					
					
					¿Por 
					qué das al impío lo que al creyente das?«- 
					Y contestó el oasis: -»La caridad es ciega; 
					en medio esos desiertos de horrible inmensidad, 
					mi seno es un refugio contra la sed y el hambre; 
					en mí todos los hombres tienen derecho igual; 
					yo cumplo mi destino, brindándole mis dones; 
					si bien o mal obraron, Alá los juzgará.«- 
					    Su intento vio cumplido el príncipe discreto, 
					con esa fabulilla de tan pura moral; 
					el rico, conmovido, llevó el pobre a su alcázar; 
					le dio asiento en su mesa; le calentó en su hogar; 
					y, desde aquel momento, rindió perpetuo culto 
					a los deberes santos de la hospitalidad. 
					 
					El cedro 
					 
					  -»Gigante cedro, que al cielo 
					alzas tu frente sublime, 
					
					
					¿de 
					qué madera te hicieron, 
					que tanto embate resistes? 
					No importa que el cierzo ruja, 
					no importa que el rayo brille; 
					no hay fuegos que te consuman, 
					ni vientos que te derriben; 
					
					
					¿será 
					el verdor de tus hojas, 
					y el suave olor que despides, 
					digno galardón, acaso, 
					de tu firmeza invencible?«- 
					-»Lo ignoro; -el árbol del Líbano 
					contestó con voz humilde;- 
					sé que una virtud poseo: 
					la de ser incorruptible.«- 
					 
					                              *** 
					 
					    
					
					¡Fueran 
					belleza y justicia 
					labrados de cedro insigne! 
					No se mellaran las honras; 
					ni quedara impune el crimen. 
					 
					El redoblante y el 
					parche 
					 
					-»Tienes instintos bien malos: 
					-dijo el parche al redoblante,- 
					y es ya sobrado irritante 
					que me maltrates a palos.«- 
					    -»Pues, tambor de Barrabás, 
					
					
					¿quién 
					curará tu galbana? 
					
					
					¿Sin 
					zurrarte la badana, 
					sonarías tú jamás?«- 
					 
					                             *** 
					 
					    La pereza es elocuente 
					retrato de ese tambor; 
					la hacen sólo diligente 
					las baquetas del rigor. 
					 
					El granizo 
					
					
					(Premiada) 
					 
					-»¿Por 
					qué corres por la huerta 
					con tan recio temporal? 
					
					
					¿No 
					ves que te estás mojando, 
					loquilla?«- 
					                     -»Calla, papá 
					que recojo hermosas perlas 
					para tejerme un collar.«- 
					    Y levantando las puntas 
					de su blanco delantal: 
					-»Mira, -clamaba la niña 
					con un gozo singular:- 
					piedras preciosas del cielo. 
					
					
					¡Qué 
					bien que me sentarán!«- 
					    
					
					¡Pobre 
					hija mía! esas joyas 
					que creíste atesorar, 
					eran granizo de marzo, 
					y al tocarlas, por tu mal, 
					se deshicieron en agua 
					dejando muerto tu afán. 
					 
					                              *** 
					 
					    
					
					¿Verdad 
					que las ilusiones 
					son de condición igual? 
					Perlas, al brillar de lejos; 
					agua, cuando las tocáis. 
					 
					Las ramas y las raíces 
					
					
					(Premiada) 
					 
					    Parece que las ramas,-allá en la primavera, 
					cubiertas por las hojas-de un manto de verdor, 
					al tronco se quejaban-de verse esclavizadas 
					y a la raíz sujetas-con sobras de rigor. 
					-»Lo bajo de su estofa,-sus hábitos rastreros 
					mancillan nuestras galas,-nuestro esplendor gentil; 
					permita Dios-clamaban-que el hacha cortadora 
					nos libre prontamente-de su contacto vil.«- 
					-»Callad-contestó el tronco-¿no 
					veis que generosas 
					en antros cavernosos-se arrastran con afán; 
					y viven en la sombra-y cavan con fatiga, 
					para adquirir al cabo-la savia que nos dan? 
					Si el hacha nos quitara-su apoyo saludable, 
					
					
					¿sabéis 
					lo que ocurriera?-Perdida la virtud, 
					cayéramos sin vida.-Tengámoslas cariño; 
					quien siembra beneficios,-que alcance gratitud.«- 
					 
					Los salvajes y el Nilo 
					 
					    En la margen del Nilo, 
					unos fieros salvajes del desierto 
					insultaban, con bárbaros clamores, 
					al astro que ilumina el universo. 
					    
					
					¡Impotente 
					furor! Mientra, insensatos, 
					le lanzaban apóstrofes tremendos, 
					el sol, imperturbable en su carrera, 
					inundaba de luz a los blasfemos. 
					    Entonces dijo el Nilo: -»Vuestro ultraje 
					halló el castigo en el desdén supremo; 
					jamás la negra injuria 
					manchó grandezas, ni escaló los cielos.«- 
					 
					La colina y el arroyo 
					 
					    La colina su cumbre 
					           levanta ufana; 
					y el susurrante arroyo, 
					           de frescas aguas, 
					circundándola alegre, 
					           besa su falda. 
					-»Colinita risueña, 
					           
					
					¿por 
					qué tan varia: 
					con unos tan agreste, 
					           con otros blanda? 
					
					
					¿Qué 
					vale ese atrevido 
					           que tanto alcanza, 
					que en amoroso arrullo 
					           contigo enlaza? 
					
					
					¿No 
					es preferencia injusta 
					           darle esas anchas?«- 
					-»Necio, 
					
					¿no 
					ves que tiene 
					           brazos de plata?«- 
					 
					                        *** 
					 
					    
					
					¡Señor: 
					hasta las peñas 
					interesadas! 
					 
					 
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