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Libro cuarto
 

Libro tercero
 
El águila y el cuervo
Los animales con peste
El milano enfermo
El león envejecido
La zorra y la gallina
La cierva y el león
El león enamorado
Congreso de los ratones
El lobo y la oveja
El hombre y la pulga
El cuervo y la serpiente
El asno y las ranas
El asno y el perro
El león y el asno cazando
El charlatán y el rústico

Fábula I.
El águila y el cuervo
A Don Tomás de Iriarte

En mis versos, Iriarte,
Ya no quiero más arte
Que poner a los tuyos por modelo.
A competir anhelo
Con tu numen, que el sabio mundo admira,
Si me prestas tu lira,
Aquélla en que tocaron dulcemente
Música y Poesia juntamente.
Esto no puede ser: ordena Apolo
Que, digno sólo tú, la pulses solo.
¿Y, por qué sólo tú? Pues cuando menos,
¿No he de hacer versos fáciles, amenos,
Sin ambicioso ornato?
¿Gastas otro poético aparato?
Si tú sobre el Parnaso te empinases,
Y desde allí cantases:
Risco tramonto de época altanera,
»Góngora que te siga,« te dijera;
Pero si vas marchando por el llano,
Cantándonos en verso castellano
Cosas claras, sencillas, naturales,
Y todas ellas tales,
Que aun aquel que no entiende poesía
Dice: Eso yo también me lo diría;
¿Por qué no he de imitarte, y aun acaso
Antes que tú trepar por el Parnaso?
No imploras las sirenas ni las musas,
Ni de númenes usas,
Ni aun siquiera confias en Apolo.
A la naturaleza imploras solo,
Y ella, sabia, te dicta sus verdades.
Yo te imito: no invoco a las deidades,
Y por mejor consejo,
Sea mi sacro numen cierto viejo,
Esopo digo. Díctame, machucho,
Una de tus patrañas; que te escucho.

Una Águila rapante,
Con vista perspicaz, rápido vuelo,
Descendiendo veloz de junto al cielo,
Arrebató un cordero en un instante.
Quiere un Cuervo imitarla: de un carnero
En el vellón sus uñas hacen presa;
Queda enredado entre la lana espesa,
Como pájaro en liga prisionero.
Hacen de él los pastores vil juguete,
Para castigo de su intento necio.
Bien merece la burla y el desprecio
El Cuervo que a ser águila se mete.
El viejo me ha dictado esta patraña,
Y astutamente así me desengaña.
Esa facilidad, esa destreza,
Con que arrebató el águila su pieza,
Fue la que engañó al Cuervo, pues creía
Que otro tanto a lo menos él haría.
Mas
¿qué logró? Servirme de escarmiento.
¡Ojalá que sirviese a más de ciento,
Poetas de mal gusto inficionados,
Y dijesen, cual yo, desengañados:
»El Águila eres tú, divino Iriarte;
Ya no pretendo más sino admirarte:
Sea tuyo el laurel, tuya la gloria,
Y no sea yo el cuervo de la historia!«

Fábula II.
Los animales con peste

En los montes, los valles y collados
De animales poblados,
Se introdujo la peste de tal modo,
Que en un momento lo inficiona todo.
Allí donde su corte el león tenía,
Mirando cada día
Las cacerías, luchas y carreras
De mansos brutos y de bestias fieras,
Se veían los campos ya cubiertos
De enfermos miserables y de muertos.
»
¡Mis amados hermanos,«
Exclamó el triste rey, »mis cortesanos,
Ya veis que el justo cielo nos obliga
A implorar su piedad, pues nos castiga
Con tan horrenda plaga!
Tal vez se aplacará con que se le haga
Sacrificio de aquel más delincuente
Y muera el pecador, no el inocente.
Confiese todo el mundo su pecado:
Yo cruel, sanguinario, he devorado
Inocentes corderos,
Ya vacas, ya terneros,
Y he sido, a fuerza de delito tanto,
De la selva terror, del bosque espanto«
»Señor«, dijo la zorra, »en todo eso
No se halla más exceso
Que el de vuestra bondad, pues que se digna
De teñir en la sangre ruin, indigna,
De los viles carnudos animales
Los sacros dientes y las uñas reales«
Trató la corte al rey de escrupuloso.
Allí del tigre, de la onza y oso
Se oyeron confesiones
De robos y de muertes a millones;
Mas entre la grandeza, sin lisonja,
Pasaron por escrúpulos de monja.
El asno, sin embargo, muy confuso,
Prorrumpió: »Yo me acuso
Que al pasar por un trigo este verano,
Yo hambriento, él lozano,
Sin guarda ni testigo,
Caí en la tentación, comí del trigo«.
»
¡Del trigo! ¡Y un jumento!«
Gritó la zorra, »¡horrible atrevimiento!«.
Los cortesanos claman: »
¡Este, éste
Irrita al cielo, que nos da la peste!«.
Pronuncia el rey de muerte la sentencia,
Y ejecutóla el lobo a su presencia.

Te juzgarán virtuoso
Si eres, aunque perverso, poderoso;
Y aunque bueno, por malo detestable
Cuando te miren pobre y miserable.
Esto hallará en la corte quien lo vea,
Y aun en el mundo todo.
¡Pobre Astrea!

Fábula III.
El milano enfermo

Un Milano, después de haber vivido
Con la conciencia peor que un forajido,
Enfermó gravemente.
Supuesto que el paciente
Ni a Galeno ni a Hipócrates leía,
A bulto conoció que se moría.
A los dioses desea ver propicios,
Y ofrecerles entonces sacrificios
Por medio de su madre, que, afligida,
Rogaría sin duda por su vida.
Mas ésta le responde: »Desdichado,
¿Cómo podré alcanzar para un malvado
De los Dioses clemencia,
Si en vez de darles culto y reverencia,
Ni aun perdonaste a víctima sagrada,
En las aras divinas inmolada?«

Así queremos irritando al cielo
Que en la tribulación nos dé consuelo.

Fábula IV.
El león envejecido

Al miserable estado
De una cercana muerte reducido
Estaba ya postrado
Un viejo León, del tiempo consumido,
Tanto más infeliz y lastimoso,
Cuanto había vivido más dichoso.
Los que cuando valiente
Humildes le rendían vasallaje,
Al verlo decadente,
Acuden a tratarle con ultraje;
Que como la experiencia nos enseña,
De árbol caído todos hacen leña.
Cebados a portea,
Lo sitiaban sangrientos y feroces.
El lobo le mordía,
Tirábale el caballo fuertes coces,
Luego le daba el toro una cornada,
Después el jabalí su dentellada.
Sufrió constantemente
Estos insultos, pero reparando
Que hasta el asno insolente
Iba a ultrajarle, falleció clamando:
»Esto es doble morir; no hay sufrimiento,
Porque muero injuriado de un jumento.«

Si en su mudable vida
Al hombre la fortuna ha derribado
Con mísera caída
Desde donde lo había ella encumbrado
¿Qué ventura en el mundo se promete
Si aun de los viles llega a ser juguete?

Fábula V.
La zorra y la gallina

Una Zorra, cazando,
De corral en corral iba saltando;
A favor de la noche, en una aldea
Oye al gallo cantar: maldito sea.
Agachada y sin ruido,
A merced del olfato y del oído,
Marcha, llega, y oliendo a un agujero,
"»Este es,« dice, y se cuela al gallinero.
Las aves se alborotan, menos una,
Que estaba en cesta como niño en cuna,
Enferma gravemente.
Mirándola la zorra astutamente,
La pregunta: »
¿Qué es eso, pobrecita?
¿Cuál es tu enfermedad? ¿Tienes pepita?
Habla;
¿cómo la pasas, desdichada?«
La enferma la responde apresurada:
»Muy mal me va, señora, en este instante;
Muy bien si Usted se quita de delante.«

Cuántas veces se vende un enemigo,
Como gato por liebre, por amigo;
Al oír su fingido cumplimiento,
Respondiérale yo para escarmiento:
»Muy mal me va, señor, en este instante;
Muy bien si usted se quita de delante.«

Fábula VI.
La cierva y el león

Más ligera que el viento,
Precipitada huía
Una inocente Cierva,
De un cazador seguida.
En una oscura gruta,
Entre espesas encinas,
Atropelladamente
Entró la fugitiva.
¡Mas ay! que un León sañudo,
Que allí mismo tenía
Su albergue, y era susto
De la selva vecina,
Cogiendo entre sus garras
A la res fugitiva,
Dio con cruel fiereza
Fin sangriento a su vida.

Si al evitar los riesgos
La razón no nos guía,
Por huir de un tropiezo,
Damos mortal caída.

Fábula VII.
El león enamorado

Amaba un León a una zagala hermosa;
Pidióla por esposa
A su padre, pastor, urbanamente.
El hombre, temeroso mas prudente,
Le respondió: »Señor, en mi conciencia,
Que la muchacha logra conveniencia;
Pero la pobrecita, acostumbrada
A no salir del prado y la majada,
Entre la mansa oveja y el cordero,
Recelará tal vez que seas fiero.
No obstante, bien podremos, si consientes,
Cortar tus uñas y limar tus dientes,
Y así verá que tiene tu grandeza
Cosas de majestad, no de fiereza.«
Consiente el manso León enamorado,
Y el buen hombre lo deja desarmado;
Da luego su silbido:
Llegan el Matalobos y Atrevido,
Perros de su cabaña; de esta suerte
Al indefenso León dieron la muerte.
Un cuarto apostaré a que en este instante
Dice, hablando del león, algún amante,
Que de la misma muerte haría gala,
Con tal que se la diese la zagala.
Deja, Fabio, el amor, déjalo luego;
Mas hablo en vano, porque, siempre ciego,
No ves el desengaño,
Y así te entregas a tu propio daño.

Fábula VIII.
Congreso de los ratones

Desde el gran Zapirón, el blanco y rubio,
Que después de las aguas del diluvio
Fue padre universal de todo gato,
Ha sido Miauragato
Quien más sangrientamente
Persiguió a la infeliz ratona gente.
Lo cierto es que, obligada
De su persecución la desdichada,
En Ratópolis tuvo su congreso.
Propuso el elocuente Roequeso
Echarle un cascabel, y de esa suerte
Al ruido escaparían de la muerte.
El proyecto aprobaron uno a uno,
¿Quién lo ha de ejecutar? eso ninguno.
»Yo soy corto de vista. Yo muy viejo.
Yo gotoso,« decían. El concejo
Se acabó como muchos en el mundo.
Proponen un proyecto sin segundo:
Lo aprueban: hacen otro.
¡Qué portento!
Pero
¿la ejecución? Ahí está el cuento.

Fábula IX.
El lobo y la oveja

Cruzando montes y trepando cerros,
Aquí mato, allí robo,
Andaba cierto Lobo,
Hasta que dio en las manos de los perros.
Mordido y arrastrado
Fue de sus enemigos cruelmente;
Quedó con vida milagrosamente,
Mas inválido, al fin, y derrotado.
Iba el tiempo curando su dolencia;
El hambre al mismo tiempo le afligía;
Pero como cazar aún no podía,
Con las yerbas hacía penitencia.
Una oveja pasaba, y él la dice:
»Amiga, ven acá, llega al momento;
Enfermo estoy y muero de sediento:
Socorre con el agua a este infelice.«
»
¿Agua quieres que yo vaya a llevarte?
Le responde la oveja recelosa;
Dime pues una cosa:
¿Sin duda que será para enjuagarte,
Limpiar bien el garguero,
Abrir el apetito,
Y tragarme después como a un pollito?
Anda, que te conozco, marrullero.«
Así dijo, y se fue; si no, la mata.

¡Cuánto importa saber con quién se trata!

Fábula X.
El hombre y la pulga

»Oye, Júpiter sumo, mis querellas,
Y haz, disparando rayos y centellas,
Que muera este animal vil y tirano,
Plaga fatal para el linaje humano;
Y si vos no lo hacéis, Hércules sea
Quien acabe con él y su ralea.«
Este es un Hombre que a los dioses clama,
Porque una Pulga le picó en la cama;
Y es justo, ya que el pobre se fatiga,
Que de Júpiter y Hércules consiga,
De éste, que viva despulgando sayos;
De aquél, matando pulgas con sus rayos.
Tenemos en el cielo los mortales
Recurso en las desdichas y en los males,
Mas se suele abusar frecuentemente
Por lograr un antojo impertinente.

Fábula XI.
El cuervo y la serpiente

Pilló el Cuervo dormida a la Serpiente,
Y al quererse cebar en ella hambriento,
Le mordió venenosa. Sepa el cuento
Quien sigue a su apetito incautamente.

Fábula XII.
El asno y las ranas

Muy cargado de leña un burro viejo,
Triste armazón de huesos y pellejo,
Pensativo, según lo cabizbajo,
Caminaba llevando con trabajo
Su débil fuerza la pesada carga.
El paso tardo, la carrera larga,
Todo, al fin, contra el mísero se empeña,
El camino, los años y la leña.
Entra en una laguna el desdichado,
Queda profundamente empantanado.
Viéndose de aquel modo
Cubierto de agua y lodo,
Trocando lo sufrido en impaciente,
Contra el destino dijo neciamente
Expresiones ajenas de sus canas;
Mas las vecinas Ranas,
Al oír sus lamentos y quejidos,
Las unas se tapaban los oídos,
Las otras, que prudentes le escuchaban,
Reprendíanle así y aconsejaban:
»Aprenda el mal jumento
A tener sufrimiento;
Que entre las que habitamos la laguna
Ha de encontrar lección muy oportuna.
Por Júpiter estamos condenadas
A vivir sin remedio encenagadas
En agua detenida, lodo espeso,
Y a más de todo eso,
Aquí perpetuamente nos encierra,
Sin esperanza de correr la tierra,
Cruzar el anchuroso mar profundo,
Ni aun saber lo que pasa por el mundo.
Mas llevamos a bien nuestro destino;
Y así nos premia Júpiter divino,
Repartiendo entre todas cada día
La salud, el sustento y alegría.«

Es de suma importancia
Tener en los trabajos tolerancia;
Pues la impaciencia en la contraria suerte
Es un mal más amargo que la muerte.

Fábula XIII.
El asno y el perro

Un Perro y un Borrico caminaban,
Sirviendo a un mismo dueño;
Rendido éste del sueño,
Se tendió sobre el prado que pasaban.
El Borrico entretanto aprovechado
Descansa y pace; mas el Perro, hambriento,
»Bájate, le decía, buen jumento;
Pillaré de la alforja algún bocado.«
El Asno se le aparta como en chanza;
El Perro sigue al lado del borrico,
Levantando las manos y el hocico,
Como perro de ciego cuando danza.
»No seas bobo, el Asno le decía;
Espera a que nuestro amo se despierte,
Y será de esta suerte
El hambre más, mejor la compañía.«
Desde el bosque entre tanto sale un lobo:
Pide el asno favor al compañero;
En lugar de ladrar, el marrullero
Con fisga respondió: »No seas bobo;
Espera a que nuestro amo se despierte;
Que pues me aconsejaste la paciencia,
Yo la sabré tener en mi conciencia,
Al ver al lobo que te da la muerte.«

El Pollino murió, no hay que dudarlo;
Mas si resucitara
Corriendo el mundo a todos predicara:
Prestad auxilio si queréis hallarlo.

Fábula XIV.
El león y el asno cazando

Su majestad leonesa en compañía
De un Borrico se sale a montería.
En la parte al intento acomodada,
Formando el mismo León una enramada,
Mandó al asno que en ella se ocultase
Y que de tiempo en tiempo rebuznase,
Como trompa de caza en el ojeo.
Logró el Rey su deseo,
Pues apenas se vio bien apostado,
Cuando al son del rebuzno destemplado,
Que los montes y valles repetían,
A su selvoso albergue se volvían
Precipitadamente
Las fieras enemigas juntamente,
Y en su cobarde huida,
En las garras del León pierden la vida.
Cuando el Asno se halló con los despojos
De devoradas fieras a sus ojos,
Dijo: »Pardiez, si llego más temprano,
A ningún muerto dejo hueso sano.«
A tal fanfarronada
Soltó el Rey una grande carcajada;
Y es que jamás convino
Hacer del andaluz al vizcaíno.

Fábula XV.
El charlatán y el rústico

»Lo que jamás se ha visto ni se ha oído
Verán ustedes. atención les pido.«
Así decía un Charlatán famoso,
Cercado de un concurso numeroso.
En efecto, quedando todo el mundo
En silencio profundo,
Remedó a un cochinillo de tal modo,
Que el auditorio todo,
Creyendo que lo tiene y que lo tapa,
Atumultuado grita: »Fuera capa.«
Descubrióse, y al ver que nada había,
Con víctores lo aclaman a porfía.
»Pardiez, dijo un patán, que yo prometo
Para mañana, hablando con respeto,
Hacer el puerco más perfectamente;
Si no, que me la claven en la frente.«
Con risa prometió la concurrencia
A burlarse del payo su asistencia;
Llegó la hora, todos acudieron:
No bien al charlatán gruñir oyeron,
Gentes a su favor preocupadas,
»Viva«, dicen, al son de las palmadas.
Sube después el Rústico al tablado
Con un bulto en la capa, y embozado
Imita al Charlatán en la postura
De fingir que un lechón tapar procura;
Mas estaba la gracia en que era el bulto
Un marranillo que tenía oculto.
Tírale callandito de la oreja:
Gruñendo en tiple el animal se queja;
Pero al creer que es remedo el tal gruñido,
Aquí se oía un fuera, allí un silbido,
Y todo el mundo queda
En que es el otro quien mejor remeda.
El rústico descubre su marrano;
Al público le enseña, y dice ufano:
»
¿Así juzgan ustedes?«
¡Oh preocupación, y cuánto puedes!