Fábula I.
Los ratones y el gato
Marramaquiz, gran gato,
De nariz roma, pero largo olfato,
Se metió en una casa de Ratones.
En uno de sus lóbregos rincones
Puso su alojamiento;
Por delante de sí, de ciento en ciento
Les dejaba por gusto libre el paso,
Como hace el bebedor, que mira al vaso;
Y ensanchando así más sus tragaderas,
Al fin los escogía como peras.
Éste fue su ejercicio cotidiano;
Pero tarde o temprano,
Al fin ya los Ratones conocían
Que por instantes se disminuían.
Don Roepan, cacique el más prudente
De la Ratona gente,
Con los suyos formó pleno consejo,
Y dijo así con natural despejo:
»Supuesto, hermanos, que el sangriento bruto,
Que metidos nos tiene en llanto y luto,
Habita el cuarto bajo,
Sin que pueda subir ni aun con trabajo
Hasta nuestra vivienda, es evidente
Que se atajará el daño solamente
Con no bajar allá de modo alguno.«
El medio pareció muy oportuno;
Y fue tan observado,
Que ya Marramaquiz, el muy taimado,
Metido por el hambre en calzas prietas,
Discurrió entre mil tretas
La de colgarse por los pies de un palo,
Haciendo el muerto: no era ardid malo;
Pero don Roepan, luego que advierte
Que su enemigo estaba de tal suerte,
Asomando el hocico a su agujero,
»Hola, dice,
¿qué
es eso, caballero?
¿Estás
muerto de burlas o de veras?
Si es lo que yo recelo en vano esperas;
Pues no nos contaremos ya seguros
Aun sabiendo de cierto
Que eras, a más de Gato muerto,
Gato relleno ya de pesos duros.«
Si alguno llega con astuta maña,
Y una vez nos engaña,
Es cosa muy sabida
Que puede algunas veces
El huir de sus trazas y dobleces
Valernos nada menos que la vida.
Fábula II.
El asno y el lobo
Un Burro cojo vio que le seguía
Un Lobo cazador, y, no pudiendo
Huir de su enemigo, le decía:
»Amigo Lobo, yo me estoy muriendo;
Me acaban por instantes los dolores
De este maldito pie de que cojeo.
Si yo me valiese de herradores,
No me vería así como me veo.
Y pues fallezco, sé caritativo:
Sácame con los dientes este clavo.
Muera yo sin dolor tan excesivo,
Y cómeme después de cabo a rabo.«
»¡Oh!
dijo el cazador con ironía,
Contando con la presa ya en la mano,
¡No
solamente sé la anatomía,
Sino que soy perfecto cirujano!
El caso es para mí una patarata:
La operación, no es más que de un momento.
¡Alargue
bien la pata,
Y no se acobarde, buen jumento!«
Con su estuche molar desenvainado,
El nuevo profesor llega doliente;
Mas éste le dispara de contado
Una coz que le deja sin un diente.
Escapa el cojo; pero el triste herido
Llorando se quedó su desventura.
»¡Ay,
infeliz de mí!
¡Bien
merecido
El pago tengo de mi gran locura!
¡Yo
siempre me llevé el mejor bocado
En mi oficio de Lobo carnicero!
Pues si pude vivir tan regalado,
¡a
qué meterme ahora a curandero?«
Hablemos con razón, no tiene juicio
Quien deja el propio por ajeno oficio.
Fábula III.
El asno y el caballo
»¡Ah!
¡quién
fuese Caballo!
Un Asno melancólico decía;
Entonces sí que nadie me vería
Flaco, triste y fatal como me hallo.
Tal vez un caballero
Me mantendría ocioso y bien comido,
Dándose su merced por muy servido
Con corvetas y saltos de carnero.
Trátanme ahora como vil y bajo;
De risa sirve mi contraria suerte;
Quien me apalea más, más se divierte,
Y menos como cuando más trabajo.
No es posible encontrar sobre la tierra
Infeliz como yo.« Tal se juzgaba,
Cuando al Caballo ve cómo pasaba,
Con su jinete y armas, a la guerra.
Entonces conoció su desatino,
Rióse de corvetas y regalos,
Y dijo: »Que trabaje y lluevan palos,
No me saquen los dioses de Pollino.«
Fábula IV.
El labrador y la
providencia
Un labrador cansado,
En el ardiente estío,
Debajo de una encina
Reposaba pacífico y tranquilo.
Desde su dulce estancia
Miraba agradecido
El bien con que la tierra
Premiaba sus penosos ejercicios.
Entre mil producciones,
Hijas de su cultivo,
Veía calabazas,
Melones por los suelos esparcidos.
»¿Por
qué la Providencia
Decía entre sí mismo,
Puso a la ruin bellota
En elevado y preeminente sitio?
¿Cuánto
mejor sería
Que, trocando el destino,
Pendiesen de las ramas
Calabazas, melones y pepinos?«
Bien oportunamente,
Al tiempo que esto dijo,
Cayendo una bellota,
Le pegó en las narices de improviso.
»¡Pardiez!
-prorrumpió entonces
El labrador sencillo-
¡Si
lo que fue bellota
Algún gordo melón hubiera sido,
Desde luego pudiera
Tomar a buen partido,
En caso semejante,
Quedar desnarigado, pero vivo!«
Aquí la providencia
Manifestar quiso
Que supo a cada cosa
Señalar sabiamente su destino.
A mayor bien el hombre
Todo está repartido:
Preso el pez en su concha,
Y libre por el aire el pajarillo.
Fábula V.
El asno vestido de león
Un Asno disfrazado
Con una grande piel de León andaba;
Por su temible aspecto casi estaba
Desierto el bosque, solitario el prado.
Pero quiso el destino
Que le llegase a ver desde el molino
La punta de una oreja el molinero.
Armado entonces de un garrote fiero,
Dale de palos, llévalo a su casa.
Divúlgase al contorno lo que pasa;
Llegan todos a ver en el instante
Al que habían temido León reinante;
Y haciendo mofa de su idea necia,
Quien más le respetó, más le desprecia.
Desde que oí del Asno contar esto
Dos ochavos apuesto,
Si es que Pedro Fernández no se deja
De andar con el disfraz del caballero,
A vueltas del vestido y el sombrero,
Que le han de ver la punta de la oreja.
Fábula VI.
La gallina de
los huevos de oro
Érase una gallina que ponía
Un huevo de oro al dueño cada día.
Aún con tanta ganancia, mal contento,
Quiso el rico avariento
Descubrir de una vez la mina de oro,
Y hallar en menos tiempo más tesoro.
Matóla; abrióla el vientre de contado;
Pero después de haberla registrado
¿Qué
sucedió? Que, muerta la gallina,
Perdió su huevo de oro, y no halló mina.
¡Cuántos
hay que teniendo lo bastante,
Enriquecerse quieren al instante,
Abrazando proyectos
A veces de tan rápidos efectos,
Que sólo en pocos meses,
Cuando se contemplaban ya marqueses,
Contando sus millones,
Se vieron en la calle sin calzones!
Fábula VII.
Los cangrejos
Los más autorizados, los más viejos
De todos los Cangrejos
Una gran asamblea celebraron.
Entre los graves puntos que trataron,
A propuesta de un docto presidente,
Como resolución la más urgente
Tomaron la que sigue: »Pues que al mundo
Estamos dando ejemplo sin segundo,
El más vil y grosero
En andar hacia atrás como el soguero;
Siendo cierto también que los ancianos,
Duros de pies y manos,
Causándonos los años pesadumbre,
No podemos vencer nuestra costumbre;
Toda madre desde este mismo instante
Ha de enseñar andar hacia delante
A sus hijos; y dure la enseñanza
Hasta quitar del mundo tal usanza.«
»Garras a la obra,« dicen las maestras,
Que se creían diestras;
Y sin dejar ninguno,
Ordenan a sus hijos uno a uno
Que muevan sus patitas blandamente
Hacia adelante sucesivamente.
Pasito a paso, al modo que podían,
Ellos obedecían;
Pero al ver a sus madres que marchaban
Al revés de lo que ellas enseñaban,
Olvidando los nuevos documentos,
Imitaban sus pasos, más contentos.
Repetían sus madres sus lecciones,
Mas no bastaban teóricas razones;
Porque obraba en los jóvenes Cangrejos
Sólo un ejemplo más que mil consejos.
Cada maestra se aflige y desconsuela,
No pudiendo hacer práctica su escuela;
De modo que en efecto
Abandonaron todas el proyecto.
Los magistrados saben el suceso,
Y en su pleno congreso
La nueva ley al punto derogaron,
Porque se aseguraron
De que en vano intentaban la reforma,
Cuando ellos no sabían ser la norma.
Y es así, que la fuerza de las leyes
Suele ser el ejemplo de los reyes.
Fábula VIII.
Las ranas sedientas
Dos ranas que vivían juntamente,
En un verano ardiente
Se quedaron en seco en su laguna.
Saltando aquí y allí, llegó la una
A la orilla de un pozo.
Llena entonces de gozo,
Gritó a su compañera:
»Ven y salta ligera.«
Llegó, y estando entrambas a la orilla,
Notando como grande maravilla,
Entre los agotados juncos y heno,
El fresco pozo casi de agua lleno,
Prorrumpió la primera: »¿A
qué esperamos,
Que no nos arrojamos
Al agua, que apacible nos convida?«
La segunda responde: »Inadvertida,
Yo tengo igual deseo,
Pero pienso y preveo
Que, aunque es fácil al pozo nuestra entrada,
La agua, con los calores exhalada,
Según vaya faltando,
Nos irá dulcemente sepultando,
Y al tiempo que salir solicitemos,
En la Estigia laguna nos veremos.«
Por consultar al gusto solamente
Entra en la nasa el pez incautamente,
El pájaro sencillo en la red queda,
Y ten qué lazos el hombre no se enreda?
Fábula IX.
El cuervo y el zorro
En la rama de un árbol,
Bien ufano y contento,
Con un queso en el pico,
Estaba el señor Cuervo.
Del olor atraído,
Un Zorro muy maestro
Le dijo estas palabras
Un poco más o menos:
»¡Tenga
usted buenos días,
Señor Cuervo, mi dueño!
¡Vaya
que estáis donoso,
Mono, lindo en extremo!
Yo no gasto lisonjas,
Y digo lo que siento;
Que si a tu bella traza
Corresponde el gorjeo,
Juro a la diosa Ceres,
Siendo testigo el cielo,
Que tú serás el fénix
De sus vastos imperios«
Al oír un discurso
Tan dulce y halagüeño,
De vanidad llevado,
Quiso cantar el Cuervo.
Abrió su negro pico,
Dejó caer el queso.
El muy astuto Zorro,
Después de haberle preso,
Le dijo: »Señor bobo,
Pues sin otro alimento,
Quedáis con alabanzas
Tan hinchado y repleto,
Digerid las lisonjas
Mientras yo digiero el queso.«
Quien oye aduladores,
Nunca espere otro premio.
Fábula X.
Un cojo y un picarón
A un buen Cojo un descortés
Insultó atrevidamente;
Oyólo pacientemente,
Continuando su carrera,
Cuando al son de la cojera
Dijo el otro: »Una, dos, tres,
Cojo es.«
Oyólo el Cojo: aquí fue
Donde el buen hombre perdió
Los estribos, pues le dio
Tanta cólera y tal ira,
Que la muleta le tira,
Quedándose, ya se ve,
Sobre un pie.
»Sólo el no poder correr,
Para darte el escarmiento
Dijo el cojo, es lo que siento,
Que este mal no me atormenta;
Porque al hombre sólo afrenta
Lo que supo merecer,
Padecer.«
Fábula XI.
El Carretero y Hércules
En un atolladero
El carro se atascó de Juan Regaña;
Él a nada se mueve ni se amaña,
Pero jura muy bien: gran Carretero.
A Hércules invocó; y el dios le dice:
»Aligera la carga; ceja un tanto;
Quita ahora ese canto;
¿Está?«
– »Sí, le responde, ya lo hice.«
»Pues enarbola el látigo, y con eso
Puedes ya caminar.« De esta manera,
Arreando a la Mohina y la Roncera,
Salió Juan con su carro del suceso.
Si haces lo que estuviere de tu parte
Pide al cielo favor: ha de ayudarte.
Fábula XII.
La zorra y el chivo
Una Zorra cazaba;
Y al seguir a un gazapo,
Entre aquí se escabulle, allí le atrapo,
En un pozo cayó que al paso estaba.
Cuando más la afligía su tristeza,
Por no hallar la infeliz salida alguna,
Vio asomarse al brocal, por su fortuna,
Del Chivo padre la gentil cabeza.
»¿Qué
tal? dijo el barbón,
¿la
agua es salada?«
»Es tan dulce, tan fresca y deliciosa,
Respondió la Raposa,
Que en tal pozo estoy como encantada.«
Al agua el Chivo se arrojó, sediento;
Monta sobre él la Zorra de manera
Que haciendo de sus cuernos escalera,
Pilla el brocal y sale en el momento.
Quedó el pobre atollado: cosa dura.
Mas
¿quién
podrá a la Zorra dar castigo,
Cuando el hombre, aun a costa de su amigo,
Del peligro mayor salir procura?
Fábula XIII.
El lobo, la
zorra y el mono juez
Un Lobo se quejó criminalmente
De que una Zorra astuta lo robase.
El Mono juez, como ella lo negase,
Dejólos alegar prolijamente
Enterado, pronuncia la sentencia:
»No consta que te falte nada, Lobo;
Y tú, Raposa, tú tienes el robo.«
Dijo, y los despidió de su presencia.
Esta contradicción es cosa buena;
La dijo el docto Mono con malicia.
Al perverso su fama le condena
Aun cuando alguna vez pida justicia.
Fábula XIV.
Los dos gallos
Habiendo a su rival vencido un Gallo,
Quedó entre sus gallinas victorioso,
Más grave, más pomposo
Que el mismo gran Sultán en su serrallo.
Desde un alto pregona vocinglero
Su gran hazaña: el Gavilán lo advierte;
Le pilla, le arrebata, y por su muerte,
Quedó el rival señor del gallinero.
Consuele al abatido tal mudanza,
Sirva también de ejemplo a los mortales
Que se juzgan exentos de los males
Cuando se ven en próspera bonanza.
Fábula XV.
La mona y la zorra
En visita una Mona
Con una Zorra estaba cierto día,
Y así, ni más ni menos, la decía:
»Por mi fe, que tenéis bella persona,
Gallardo talle, cara placentera,
Airosa en el andar, como vos sola,
Y a no ser tan disforme vuestra cola,
Seríais en lo hermoso la primera.
Escuchad un consejo,
Que ha de ser a las dos muy importante
Yo os la he de cortar, y lo restante
Me lo acomodaré por zagalejo.«
»Abrenuncio, la Zorra la responde:
Es cosa para mí menos amarga
Barrer el suelo con mi cola larga
Que verla por pañal bien sé yo dónde.«
Por ingenioso que el necesitado
Sea para pedir al avariento,
Este será de superior talento
Para negarse a dar de lo sobrado.
Fábula XVI.
La gata mujer
Zapaquilda la bella
Era gata doncella,
Muy recatada, no menos hermosa.
Queríala su dueño por esposa,
Si Venus consintiese,
Y en mujer a la Gata convirtiese.
De agradable manera
Vino en ello la diosa placentera,
Y ved a Zapaquilda en un instante
Hecha moza gallarda, rozagante.
Celébrase la boda;
Estaba ya la sala nupcial toda
De un lucido concurso coronada;
La novia relamida, almidonada,
Junto al novio, galán enamorado;
Todo brillantemente preparado,
Cuando quiso la diosa
Que cerca de la esposa
Pasase un ratoncillo de repente.
Al punto que le ve, violentamente,
A pesar del concurso y de su amante,
Salta, corre tras él y échale el guante.
Aunque del valle humilde a la alta cumbre
Inconstante nos mude la fortuna,
La propensión del natural es una
En todo estado, y más con la costumbre.
Fábula XVII.
La leona y el oso
Dentro de un bosque oscuro y silencioso,
Con un rugir continuo y espantoso,
Que en medio de la noche resonaba,
Una Leona a las fieras inquietaba.
Dícela un Oso: »Escúchame una cosa:
¿Qué
tragedia horrorosa
O qué sangrienta guerra,
Qué rayos o qué plagas a la tierra
Anuncia tu clamor desesperado,
En el nombre de júpiter airado?«
»¡Ah!
mayor causa tienen mis rugidos.
Yo, la más infeliz de los nacidos,
¿Cómo
no moriré desesperada,
Si me han robado el hijo,
¡ay
desdichada!«
»¡Hola!
¿Con
que, eso es todo?
Pues si se lamentasen de ese modo
Las madres de los muchos que devoras,
Buena música hubiera a todas horas.
Vaya, vaya, consuélate como ellas;
No nos quiten el sueño tus querellas.«
A desdichas y males
Vivimos condenados los mortales.
A cada cual, no obstante, le parece
Que de esta ley una excepción merece.
Así nos conformamos con la pena,
No cuando es propia, sí cuando es ajena.
Fábula XVIII.
El lobo y el perro
flaco
Distante de la aldea
Iba cazando un perro
Flaco, que parecía
Un andante esqueleto.
Cuando menos lo piensa,
Un lobo lo hizo preso.
Aquí de sus clamores,
De sus llantos y ruegos.
»Decidme señor lobo:
¿Qué
queréis de mi cuerpo,
Si no tiene otra cosa
Que huesos y pellejo?
Dentro de quince días
Casa a su hija mi dueño,
Y ha de haber para todos
Arroz y gallo muerto.
Dejadme ahora libre,
Que, pasado este tiempo,
Podréis comerme a gusto,
Lucio, gordo y relleno«
Quedaron convenidos,
Y apenas se cumplieron
Los días señalados,
El lobo buscó al perro.
Estábase en su casa
Con otro compañero
Llamado Matalobos,
Mastín de los más fieros.
Salen a recibirle
Al punto que lo vieron.
Matalobos bajaba
Con corbatín de hierro.
No era el lobo persona
De tantos cumplimientos,
Y así, por no gastarlos,
Cedió de su derecho.
Huía, y le llamaban;
Mas él iba diciendo
Con el rabo entre las piernas:
»Pies,
¿para
qué os quiero?«
Hasta los niños saben
Que es de mayor aprecio
Un pájaro en la mano
Que por el aire ciento.
Fábula XIX.
La oveja y el ciervo
Un celemín de trigo
Pidió a la Oveja el ciervo, y la decía:
»Si es que usted de mi paga desconfía,
A presentar me obligo
Un fiador desde luego,
Que no dará lugar a tener queja.«
»Y
¿quién
es éste?« preguntó la Oveja.
»Es un lobo abonado, llano y lego.«
»¡Un
lobo! ya; mas hallo un embarazo:
Si no tenéis más fincas que él sus dientes,
Y tú los pies para escapar valientes,
¿A
quién acudiré, cumplido el plazo?«
Si quién es el que pide y sus fiadores,
Antes de dar prestado se examina,
Será menor, sin otra medicina,
La peste de los malos pagadores.
Fábula XX.
La alforja
En una Alforja al hombro
Llevo los vicios:
Los ajenos delante,
Detrás los míos.
Esto hacen todos;
Así ven los ajenos,
Mas no los propios.
Fábula XXI.
El asno infeliz
Yo conocí un Jumento
Que murió muy contento
Por creer, y no iba fuera de camino,
Que así cesaba su fatal destino.
Pero la adversa suerte
Aun después de su muerte
Le persiguió: dispuso que al difunto
Le arrancasen el cuero luego al punto
Para hacer tamboriles,
Y que en los regocijos pastoriles
Bailasen las zagalas en el prado,
Al son de su pellejo baqueteado.
Quien por su mala estrella es infelice,
Aun muerto le será, Fedro lo dice.
Fábula XXII.
El jabalí y la zorra
Sus horribles colmillos aguzaba
Un Jabalí en el tronco de una encina.
La Zorra, que vecina
Del animal cerdoso se miraba,
Le dice: »Extraño el verte,
Siendo tú en paz señor de la bellota,
Cuando ningún contrario te alborota,
Que tus armas afiles de esa suerte.«
La fiera respondió: »Tenga entendido
Que en la paz se prepara el buen guerrero,
Así como en la calma el marinero,
Y que vale por dos el prevenido.«
Fábula XXIII.
El perro y el cocodrilo
Bebiendo un Perro en el nilo,
Al mismo tiempo corría.
»¡Bebe
quieto!« le decía
Un taimado Cocodrilo.
Dijole el Perro, prudente:
»Dañoso es beber y andar;
Pero,
¿es
sano el aguardar
A que me claves el diente?«
¡Oh;
qué docto perro viejo!
Yo venero su sentir
En esto de no seguir
Del enemigo el consejo.
Fábula XXIV.
La comadreja y los
ratones
Débil y flaca cierta Comadreja,
No pudiendo ya más, de puro vieja,
Ni cazaba ni hacía provisiones
De abundantes Ratones,
Como en tiempos pasados,
Que elegía los tiernos, regalados,
Para cubrir su mesa.
Sólo de tarde en tarde hacía presa
En tal cual que pasaba muy cercano,
Gotoso, paralítico o anciano.
Obligada del hambre cierto día,
Urdió el modo mejor con que saldría
De aquella pobre situación hambrienta,
Pues la necesidad todo lo inventa.
Esta vieja taimada
Métese entre la harina amontonada.
Alerta y con cautela,
Cual suele en la garita el centinela,
Espera ansiosa su feliz momento
Para la ejecución del pensamiento.
Llega el Ratón sin conocer su ruina
Y mete el hociquillo entre la harina;
Entonces ella le echa de repente
La garra al cuello, y al hocico el diente.
Con este nuevo ardid tan oportuno
Se los iba embuchando de uno en uno,
Y a merced de discurso tan extraño,
Logró sacar su tripa de mal año.
Es un feliz ingenio interesante:
Él nos ayuda, si el poder nos deja;
Y al ver lo que pasó a la Comadreja,
¿Quién
no aguzará el suyo en adelante?
Fábula XXV.
El lobo y el perro
En busca de alimento
Iba un Lobo muy flaco y muy hambriento.
Encontró con un Perro tan relleno,
Tan lucio, sano y bueno,
Que le dijo: »Yo extraño
Que estés de tan buen año
Como se deja ver por tu semblante,
Cuando a mí, más pujante,
Más osado y sagaz, mi triste suerte
Me tiene hecho retrato de la muerte«
El Perro respondió: »Sin duda alguna
Lograrás, si tú quieres, mi fortuna.
Deja el bosque y el prado;
Retírate a poblado;
Servirás de portero
A un rico caballero,
Sin otro afán ni más ocupaciones
Que defender la casa de ladrones«
»Acepto desde luego tu partido,
Que para mucho más estoy curtido.
Así me libraré de la fatiga,
A que el hambre me obliga
De andar por montes sendereando peñas,
Trepando riscos y rompiendo breñas,
Sufriendo de los tiempos los rigores,
Lluvias, nieves, escarchas y calores«
A paso diligente
Marchando juntos amigablemente,
Varios puntos tratando en confianza,
Pertenecientes a llenar la panza.
En esto el Lobo, por algún recelo,
Que comenzó a turbarle su consuelo,
Mirando al perro, le dijo: »He reparado
Que tienes el pescuezo algo pelado.
Dime:
¿qué
es eso?« - »Nada.«
»Dímelo, por tu vida, camarada.«
»No es más que la señal de la cadena;
Pero no me da pena,
Pues aunque por inquieto
A ella estoy sujeto,
Me sueltan cuando comen mis señores,
Recíbenme a sus pies con mil amores:
Ya me tiran el pan, ya la tajada,
Y todo aquello que les desagrada;
Éste lo mal asado,
Aquél un hueso poco descarnado;
Y aún un glotón, que todo se lo traga,
A lo menos me halaga,
Pasándome la mano por el lomo;
Yo meneo la cola, callo y como«
»Todo eso es bueno, yo te lo confieso;
Pero por fin y postre tú estás preso:
Jamás sales de casa,
Ni puedes ver lo que en el pueblo pasa.«
»Es así« - »Pues, amigo,
La amada libertad que yo consigo
No he de trocarla de manera alguna
Por tu abundante y próspera fortuna.
Marcha, marcha a vivir encarcelado;
No serás envidiado
De quien pasea el campo libremente,
Aunque tú comas tan glotonamente
Pan, tajadas, y huesos; porque al cabo,
No hay bocado en sazón para un esclavo«
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