Fábulas II.
 


 

Juan Eugenio Hartzenbusch Martínez

Madrid, 6 de septiembre de 1806 - ibídem, 2 de agosto de 1880.

Fue un escritor, dramaturgo, poeta, filólogo y crítico español, uno de los más destacados representantes del drama romántico en España. Es conocido principalmente por su pieza
Los amantes de Teruel (1837). No hay que confundirlo con su hijo, el bibliógrafo Eugenio Hartzenbusch e Hiriart.

Seine Cuentos y fábulas erschienen 1861.

Quelle:
Cuentos y Fábulas/de/Don Juan Eugenio Hartzenbusch/Madrid 1862
IMPRENTA Y ESTEREOTIPIA DE M. MVADINÍYRA
 
Fábulas I.
 
La guindilla y el dulce
El Niño en alto
El Muchacho y la vela
El ratoncillo y el gato
El cabello suelto
Bizca y amable
La Hija de Seyano
Dionisio el de Siracusa
El Maestro y las velas
Los cuclillos
El tábano
El baròmetro
El Caminante y el kilòmetro
El metro y la vara
Á la vejez viruelas
Las abarcas olorosas
Las indirectas del padre Cobos

 

Fábula I.
La guindilla y el dulce

    Se juntaron á comer
Una vez en un meson
Un viajero solteron
Y un casado mercader.
   
Tras mil discursos prolijos,
Vino el soltero á decir
Que era imposible regir
La voluntad de los hijos.
    »Pues, señor, conmigo viaja
(Repuso atento el casado)
El niño que tengo al lado,
Y este chico es una alhaja.
   
Vos pudierais ser testigo
De que, sin esfuerzo grande,
Cuanto yo quiera y le mande.
Me lo hace segun le digo.
    —Vaya! esos serán extremos
Del amor que le teneis.
—Hombre, no. — Bah!
Bah! — ¿Quereis
Que apostemos? — Apostemos.«
    Apuestan, y en la porfía
Gran cantidad se atraviesa.
En esto puso en la mesa
Dos platos el que servia.
   
Como hay entre los viajantes
Gustos del todo contrarios,
Un plato eran dulces varios,
Otro, pimientos picantes.
    »Basta una prueba sencilla
(Dijo el solteron sin duelo):
Mandad á ese ángel del cielo
Que se coma una guindilla.
    —Hijo, complace al señor
(Contesta el padre); anda, listo!«
La guindilla.....Jesucristo!
Volcaba con el olor.
    El pobre niño, aterrado
Con el atroz mandamiento,
Cogió llorando el pimiento
Para tirarle un bocado.
    El padre en tanto, con poca
Prudencia ó fuerte apetito,
Pilló un dulce callandito,
Y acercóselo á la boca.
    Fuera el muchacho de sí,
Gritó al mercader: »Por Dios!
¡Confitura para vos,
Y picante para mí!
    Yo de obedeceros trato,
La apuesta quiero ganar;
Pero comed á la par
Otra guindilla del plato;
    Que no será proceder
Como padre, hombre de juicio,
Exigirme un sacrificio,
Y vos no quererle hacer.«

Fábula II.
El Niño en alto

Trepó sobre una silla, y arrogante
Un chiquillo gritó: »Yo soy gigante.
— Monuelo saltarin (dijo un anciano),
Baja, serás enano.«

Fábula III.
El Muchacho y la vela

Dijo una vez á la encendida vela
Un chico de la escuela:
»Yo quiero, como tú, lucir un dia.«
La vela respondió: »La suerte mia
Sólo es angustia y humo.
Brillo, sí; mas brillando me consumo.«

Fábula IV.
El ratoncillo y el gato
(Arreglada para música.)

                     I.

Hubo, señores, un ratoncillo
En una casa de mi lugar,
Hijo de viuda, madre mimona,
Que se afanaba por él no más.
Cuanto pillaba se lo traía,
Queso y chorizo, frutas y pan:
Vida no tuvo más regalada
Ni el Rey de Asiria, Salmanasar.
Y él á la pobre madre
No la dejaba en paz,
Queriendo cada dia
Su albergue abandonar,
Para ver lo que hay en el mundo,
Por correr de acá para allá.
Tran tarrantran, tarrantran, tarrantran.

                     II.

»Madre (decia), mucho te quiero;
Pero me aburre la soledad:
Sótano habito, justo es que vea
Sala y cocina, huerta y corral.
Deja que salga, y ándelo todo;
Llegue mi dia de libertad:
Si encarcelado más tiempo vive,
Tu ratoncillo se morirá.
Concédeme permiso
Para ir á pasear:
No quieras que te llame
Tiránica mamá.
Sepa yo lo que hay en el mundo
Por allí, por allí y allá.«
Tran tarrantran, tarrantran, tarrantran.

                     III.

Ríndese al cabo la débil madre
Con imprudente benignidad.
Marcha (le dice), no vayas léjos;
Vuelve al instante que oigas pisar.
Mira que hay perros, mira que hay hombres
Que se divierten haciendo mal;
Mira que el gato, fiero enemigo,
Como te atisbe, te comerá.
Poniendo astutamente
Carita de bondad,
Prepara sus traiciones
El pérfido animal.
»Quédate cerca de tu asilo,
No te aventures más allá.«
Tran tarrantran, tarrantran, tarrantran.

                     IV.

»Madre, no temas (él le responde):
Nadie me engaña, soy muy sagaz.
Voy á ese hueco de esa ventana
Por donde viene la claridad.
Qué de placeres ya me figuro!
Qué cosas luego te he de contar!
Anda y prevenme rica merienda,
Y hoy celebremos fiesta cabal.«
Y sube, y asombrado
No cesa de mirar,
Y ojos y piés y hocico
Tras todo se le van,
Y sin querer se va saliendo
Cada vez más y más allá.
Tran tarrantran, tarrantran, tarrantran.

                     V.

Era una huerta, donde á la sombra
Se solazaba don Mirrimian,
Gato famoso, que de ratones
Libre tenía la vecindad.
»Compañerito (dice al novato),
Pasa adelante sin recelar:
Más á tus anchas que en tu agujero
Por estas calles discurrirás.
Macetas mil de flores
Adorno al sitio dan,
Y fruto al suelo arrojan
El guindo y el peral.
Llega, pues, y coge á tu gusto;
Llega, ven, acércate acá.«
Tran tarrantran, tarrantran, tarrantran.

                     VI.

Dulce sonaba la voz traidora,
Dulce era el rostro del perillan:
Cede al engaño nuestro curioso,
Y á su verdugo vase á entregar.
Da un brinco el gato, bufa con ira,
Y uñas y dientes hinca voraz
En la garganta del ratoncillo,
Y se le engulle sin desollar.
»No hay (exclamaba el gato),
No hay para tí piedad:
Tú no quisiste guía;
No te hace falta ya.«
La juventud sin experiencia
Corre en el mundo suerte igual.
Tran tarrantran, tarrantran, tarrantran.

Fábula V.
El cabello suelto

    Peinando están á Julieta
Cabellos largos y blondos,
Peinando están a la niña
La rica madeja de oro.
    Sentada Julia delante
De un tocador primoroso,
Las rubias pendientes hebras
Llegan al suelo por poco.
    Sujetándolas atras
Nudo prieto antes que flojo,
La mano que ata el cordon
No abarca el peinado tronco.
    Mira la niña el espejo,
Recreándose sus ojos
Áun más en la mata hermosa.
Qué en la belleza del rostro.
    Pasa el peine la criada,
Pidiendo en sumiso tono
Que la infantil cabecita
Se esté un momento en reposo.
    La madre, sentada cerca,
Leyendo un papel en folio,
Finge tal vez que la riñe,
Contemplándola con gozo.
    »Déjela usted sin peinar,
(Dijo la mamá de pronto,
Creyendo tal amenaza
De efecto maravilloso).
    — Mamá (repuso Julieta),
Esa palabra te cojo:
Desde hoy para mi tocado
Moda nueva te propongo.
   
¿Por qué agarrotar mi pelo,
Ni hacerle pleita ni rollos,
Pudiendo lucirle más,
Tendido desde los hombros?
    Recogido, no se ve
Cómo es de largo ó de corto:
¿Qué mal hay en que la gente
Sepa que le tengo hermoso?
    La lástima es que vivimos
En este rincon del globo,
Casa de campo que ignoran
Hasta el vencejo y el tordo.
   
¿No es cierto que sienta bien,
No va de veras airoso,
Por la esclavina esparcido,
Libre el cabello de estorbos?
    Si una corona de aquellas
Que en premio gané me pongo,
Verás
¡qué bien te parezco,
Sin más trenzado ni adorno!
    — Bien (respondió la mamá),
Condesciendo en ese antojo,
Que tiene mucho de malo,
Sin lo que tiene de tonto.
    Virtud y cabello en niña,
Recogidos una y otro,
Se ven siempre, aunque les eche
La modestia su rebozo.
    Ponte la corona, y anda
La quinta, el jardin y el soto:
Le excusas á Catalina
Más de un rato fastidioso.«
    Bájase Julia al jardin,
Corriendo cual ágil corzo:
Se mira en estanque y fuente,
Y ansia mirarse en arroyo.
    Sale al campo, travesea
Bajo la copa del olmo,
Y al pié del nogal y el tilo
Que juntos le ofrecen toldo.
    Se inclina á coger del suelo
Cantitos que ve redondos,
Y las flotantes melenas
Ensúciansele de polvo.
    Sientase en la yerba un rato,
Y el cabello vagaroso
Tambien se sienta, y extiende
Manto que la envuelve en torno.
    Siente algo bullir en él,
Y mírale con asombro,
De un ejército de hormigas
Plagado sin saber cómo.
    Precisamente era insecto
Que ella miraba con odio:
No dejaban en su huerta
Ni una fruta ni un cogollo.
    Sacude, restriega...— dentro
Del undulante manojo,
Bichuelos al colodrillo
Le suben de cinco en ocho.
    Vase de allí, y en la senda,
En un callejon angosto,
Halla un charco, y un acebo
Que encima descuella foseo.
    Brinca valiente la niña,
Y al dar el salto brioso,
Se le alza el pelo, ayudando
El céfiro con su soplo.
    Rama, que baja salía
En forma de alfanje corvo,
Las crenelias agarra sueltas,
Codiciosa del despojo.
    Pendió de su vanidad
El Absalon revoltoso,
Hasta que soltó gimiendo
Porcion del rubio tesoro.
    Con rizos de Julia el árbol
Engalanó sus pimpollos:
Punzada por ellos ella,
Cayó del ramaje al lodo.
    Encenagada, aturdida
Del repelon horroroso,
Vuelve á la quinta Julieta,
Muriéndose de sonrojo.
    »Ay, mamá! (dijo al entrar)
Vengo á casa hecha un destrozo
Que me lave Catalina,
Y me haga despues un moño.«
    La bondadosa mamá
Le dijo con dulce modo,
Sabida la historia triste
Del columpio y el remojo:
    »Ya lo ves: á la mujer
Es muy conveniente y propio
Recogimiento de pelo,
Recogimiento de todo.«

Fábula VI.
Bizca y amable

Porque tiene los ojos
Bizcos y feos,
No los alza María
Nunca del suelo.
Dulce y humilde,
Con los párpados bajos
Las almas rinde.
Respirando su rostro
Santa modestia,
Con los ojos de Vénus
Menos valiera.
Es grande y noble
Convertir en virtudes
Imperfecciones.

Fábula VII.
La Hija de Seyano

    »No quiero vivir contigo
(Dijo la niña Seyana),
Porque tú continuamente
Con azotes me amenazas.
    Mi padre es el jefe ilustre
De la hueste pretoriana,
Y del gobierno del mundo
Tiberio César le encarga.
    Madre tú de Elio Seyano,
Te vuelves abuela mala,
Y á ochenta leguas de Roma
Me mantienes encerrada.
    Volver con mi padre quiero,
Y allá en su opulento alcázar
Castigar á cien esclavos
En vez de ser castigada.
    — No pienses tal (respondia
La bien advertida anciana):
Segura conmigo vives,
De todo el mundo ignorada.
    Con frecuencia se amotina
La plebe de Roma vária,
Y el Emperador Tiberio
Muchos poderosos mata.
    No quieras ir donde veas
Invadida nuestra casa
De incendiarios con hachones,
De asesinos con espadas.
    No hallaron piedad á veces
En la fiereza romana
Desvalida la mujer,
Inofensiva la infancia.
   
No vayas donde eches menos
El techo de humilde paja,
Mansion de la pobre vieja,
Que dices que te maltrata.
   
— Llévame á Roma, abuelita,
(Instó la niña mimada).
— Mi edad (le responde aquella)
No me permite que vaya.
    Tú puedes ir.« — Dos esclavos
Encárganse de llevarla;
Triste la anciana se queda,
Y alegre la niña marcha.
    Mas, ay! del cruel Tiberio
Pierde Seyano la gracia,
Y su palacio atropella
Furibunda la canalla.
   
Perecen él y sus hijos,
Y ardiendo en sed de matanza,
Los bárbaros á morir
También á la niña sacan.
    De los cabellos cogida,
La lleva un sayon á rastra.
»Déjala«, gritaban unos;
Los otros: »No hay que dejarla.«
    — Dánosia acá (vocearon
Mujerzuelas desalmadas):
Con un cordel le daremos
Un aviso en las espaldas.
   
— No me matéis (les decia
La niña desventurada);
Pero en lugar de mi abuela,
Que me castigue una extraña.
    »No me mateis y azotadme,
Porque estando donde estaba,
Me vine á buscar aquí
De mi padre la desgracia.«
    Ruego inútil: ya no es pena,
Cuando la del cielo amaga,
La que se impone tardía
La víctima involuntaria.
    Los brazos le atan atras,
Doblar el cuello le mandan...
»Ay, abuelita!« gritó
Con el hierro en la garganta.
    Desplómase el cuerpo en tierra,
Y alza el verdugo en la plaza
La cabeza de la niña,
Que áun pestañea espantada.

Fábula VIII.
Dionisio el de Siracusa

Abominable rey, cruel tirano
Fué del pueblo infeliz siracusano
Dionisio, tigre cauteloso y fiero.
Júpiter justiciero,
Le quiso escarmentar: nobleza y plebe
Al opresor aleve
Despojaron del trono;
Y, perseguido con tenaz encono,
Sin albergue se vió, se vió mendigo.
»Áun para sus tiránicos excesos
(Júpiter dijo airado)
No es bastante castigo,
Y otro ba de recibir que más le duela
Maestro de una escuela,
Con discípulos tontos y traviesos,
Le haré, por mi justicia condenado,
Y al doble pagará cuanto ba pecado.«

Fábula IX.
El Maestro y las velas

    Llora el infeliz Bartolo,
Llora que aturde la escuela,
Y en verdad que el pobre chico
No sin razon se lamenta.
    Encima de un compañero
Se ve montado á la fuerza;
Y dos compañeros más
Le agarran entrambas piernas.
    Desabrochado el justillo,
Remangada la chaqueta,
Le han prendido la camisa
Con un alfiler en ella.
    Desnuda la espalda en arco,
Él desesperado espera
Lo que por asiento saben
Las curvas con que se sienta.
    La leccion fué tropezona,
La plana horrible de puerca:
Segun la costumbre antigua,
Dos casos de azotes eran.
    Era, por añadidura,
Tarde de sábado aquella,
Dia de rezo y de pago,
De cántico y penitencia.
    Ante una imágen devota
Con dos encendidas velas,
Por su turno á cada reo
Se iba aplicando la pena.
    Cogió el maestro con aire
La humedecida correa,
Y sonó entre cien chillidos
La dolorosa docena.
    Miéntras Bartolo se ataca
Y el escozor se le templa,
El maestro en su sitial.
Perora de esta manera:
    »No se enseña al niño bien
Sin zurriago y sin palmeta:
Cuando comete una falta,
Es menester que le duela.
    Ejemplo da al pedagogo
La sábia naturaleza,
Castigando rigorosa
Las humanas imprudencias.
    Á un árbol se sube un hombre
Y se le va la cabeza:
Por más que grite al caer,
No se le ablanda la tierra.
    Si es roca el suelo en que pára,
Costilla ó muslo se quiebra:
Metido en agua, se moja;
Tocando el fuego, se quema.
    Á esas luces llegue un niño,
Queriendo jugar con ellas:
Las manos le abrasarán,
Sin duelo de su inocencia.«
    Las dos velas de la imágen,
Hartas de plática necia,
Quemadas le respondieron,
Corriéndose de vergüenza:
    »Si pudiéramos hablar
Otras veces como ésta,
Nuestra voz al niño incauto
Benévolo aviso diera.
    Primero que hacer llorar
Al inocente que yerra,
Nos muriéramos nosotras
Al ver su manita cerca.
    Juega un niño, y á un mastin
Le pellizca y le repela,
Y el perro aguanta su daño,
Por ser un niño el que juega.
    De la roca te apoyabas
En la impasible dureza:
La roca de alma carece:
No tú de roca la tengas.
   
Vendrá tiempo en que ejercida
Con incansable paciencia,
Ni un ay al niño le cueste
La enseñanza de las letras.
    Dia vendrá en que por cuento
Se dén tus locas ideas,
Y otros discípulos rian
De lo que los tuyos tiemblan.«
    Aquel tiempo es ya llegado,
Y esta fábula encomienda
Que á los maestros de ahora
Se les respete y se quiera.

Fábula X.
Los cuclillos

Es el cuclillo pájaro
Travieso y holgazan,
Y es desalmado y pérfido
Su modo de criar.
    Él y su digna cónyuge,
En la estacion vernal,
Buscando por los arboles
Nidos ajenos van.
   
En viendo la hembra picara
Uno con huevos ya,
Siéntase, y echa al prójimo
Un huevecito más.
   
Por donde vino tórnase
Despues el cuco par,
Y el invadido tálamo
Quédase un mes en paz.
    La otra pareja Cándida,
Modelo de bondad,
Sus hijos y el expósito.
Cria con celo igual.

    Á los picuelos tímidos
Lleva su tierno afan
Cebo copioso, haciéndoles
Hambre y amor piar.
    El ingerido huérfano,
Que ignora su orfandad,
Crece, y su instinto próvido
Incítale á volar.
    Con arrogancia impúdica
Su padre natural
Entónces viene y grítale:
»Eh! señorito, acá!«
    De allí con vuelo rápido
Huye sin vacilar:
Pupilo es ingratísimo
Quien tuvo padre tal.
    Junto á su cuna plácida
Volando pasará,
Y no dirá volviéndose:
»Padres, á Dios quedad!«
    Maestròs, nobles martires
De un cargo paternal,
¿Qué padre, qué discípulo
Pago mejor os da?

Fábula XI.
El tábano

    Simplicio Merlo se llamaba un jóven
Alto, rubio, simpático, elegante,
Que hablaba de Solon y de Bethóven,
De política muerta y palpitante,
De Nínive y Pavía,
De flores y jabon y albeitería
En esa fácil prosa
En que, charlando mil, no dicen cosa
Que deje conocer al inquirirlo
Si Merlo diferénciase de mirlo.
Simplicio Merlo, pues, hombre decente,
De grande oreja y pié y angosta frente,
Largo bigote, puntiaguda pera,
No dejaba de ser..... —Muestre quién era
La relacion verídica siguiente.
    Á cierta romería
Don Simplicito Merlo concurría,
Y todo concurrente, grande ó chico,
Dama ó galan, allí, montó borrico:
Mayor caballería
No debieron hallar de buenas artes,
Y hay burros muy de bien en todas partes.
Habiéndose apeado
Para gozar la plácida verdura
De un floreciente prado,
Y siguiendo al jinete su montura;
Bicho que sin piedad las acribilla,
Un tábano atrevido,
Saltale á don Simplicio á la mejilla;
Y de ella sacudido,
Punza entre el escobon de la perilla.
Simplicio en el instante
Las manos echa al perillan picante
(Perillan esta vez inadvertido),
Y héteme aquí mi tábano cogido.
»Oiga usted, caballero,
Dijo (la cortesía lo primero)
Simplicio al sangrador: tengo entendido
Que es en ustedes uso
Cuadrúpedos picar; mas noque pique
Tábano alguno al hombre;
Y, juzgándome digno de este nombre,
Debo manifestar que estoy confuso,
Y quiero se me explique
Luego, sin dilacion, cómo se abona
El hecho consumado en mi persona.
— Señor hombre de Dios, contesta el preso,
Tengo excelente olfato y mala vista,
Y cometí por eso
Culpa que me avergüenza y me contrista.
Véole á usted ahora,
Y advierto que enamora
Por su talle y figura,
Y el aire señoril en traje curro;
Pero al volar aquí, mala ventura
Mia, que á mi honradez no corresponde,
Trájome á la nariz, no sé de dónde,
Un olorcillo á burro;
Y tropezando con usted á tiento,
Le piqué, suponiéndole jumento.
— La causa ya discurro
(Simplicio reparó) del desatino
Que usted á ciegas cometió: me sigue
No léjos el pollino
Que monto en este viaje,
Y lo que usted olió fué mi bagaje.
— Cierto, Señor: su enojo se mitigue.
Manso perdone la imprudencia mia:
No supe qué pinché, ni qué me olia.
Racional es usted, hecho y derecho,
No bestia vil de carga.
— Me doy por satisfecho,«
Dijo, y abrió los dedos el Simplicio,
Y el tábano se larga;
Y en pago del inmenso beneficio,
Grita en el aire con acerbo chiste:
»Bien á burro me olias;
Lo eres á no dudar, pues no entendiste
Mis poco rebozadas maulerias.
Los pinchazos agudos y frecuentes
Con que le rompo al asno el cerviguillo,
Te offrezco, si te pillo
Donde á mi gusto mi rejon te alcance.«
   
Súpose por el tábano este lance,
Y óyese desde entonces á las gentes
En honra y gloria de Simplicio Merlo:
»Hueles á burro tú? Señal de serlo.«

Fábula XII.
El baròmetro

    »Ha bajado el barómetro
(Clamó el piloto Roque)
Más de pulgada y media,
Bajándola de golpe.
    Borrasca anuncia próxima,
Y ser de las mayores:
Cauto el patron ordene
Las grandes precauciones.«
    Velas recogen súbito,
Y se prepara el bote,
Y áun junto al palo el hacha
Mandan que se coloque.
   
El buque iba en el ínterin
Por la region salobre
Con viento bonancible,
Sereno el horizonte
    El vaso barométrico
Mira el patron entónces,
Y Cántese el Te Deum
(Dijo, riendo, á voces).
    Nada el anuncio trágico
Por esta vez supone:
¡Mirad el tubo roto,
Que está vertiendo azogue!«
    Se hacen tal vez con énfasis
Erradas predicciones:
Falta de estudio atento
Produce los errores.

Fábula XIII.
El Caminante y el kilòmetro

    »Cuánto ese pueblo adonde marcho, dista?
(Pregunta el buen Tomás).
— Dista una lrgua (le responden). — Una?
— S¡, se
ñor, nada más.«
    Andar y más andar... Era en la Mancha,
Iba Tomás á pié.
»
¿Que legua es esta, santo Dios (decia),
Que el fin no se le vé!«
   
Ardiente sol en sus mejillas daba,
Ni un árbol sólo halló,
Y dos horas anduvo; dos y media
Ya le marcó el reló.
    Legua maldita! (prorumpió tomando
Ls sombra de un tapial),
De cuantos viajen detestado sea
Quien te midió tan mal.«
    Oíale un kilómetro cercano,
Y viendo su inquietud,
»Quizá (dijo á Tomás) te informarias
Con poca exacitud.
   
No dispongas por leguas tu jornada,
Teniéndonos aquí:
La carretera por igual partimos;
La legua no es así.
    »Doce contiene de nosotros ésta.
 
—Jesus! qué atrocidad!
 —Miente la voz de la rutina mucho:
Atente á la verdad.«

Fábula XIV.
El metro y la vara

    »Vencido quedas, instrumento inútil;
Cesaste de regir.«
Esta dura expresion oyó del metro
La vara de medir.
    »La caprichosa voluntad humana
Tu longitud fijó;
De una medida, que invariable existe,
Mi origen traigo yo.
    Con un liston larguísimo ciñendo
El globo terrenal,
Doblada sobre mi la cinta grande,
Su pliegue soy cabal.
    Rómpanos lodos, si quisiere, un dia
Persecucion cruel;
Dará el circulo máximo del orbe
Nuestra medida fiel.
    — Charlar es eso (contestó la vara)
Por gana de charlar.
Para medir un pié,
¡medir la tierra!
Capricho singular!
   
¿Cómo se le responde al que dudoso
Pida, comprobacion?
Los que la esfera terrenal midieron,
Hombres al cabo son.
   
Errar pudieron: con su incierto voto
Cesa de hacer él bú.
Mentira millonésima arrogante
Serás en limpio tú.
    Doy que el error imperceptiblé sea:
Siempre resultará
Que es decision de pocos, no infalible,
Lo que valor te da.
    Cuando siglos y siglos dominares,
Cual mi reinar duró,
Podrás vivir de tu excelencia ufano;
Mas entre tanto, no.
    Goza del puesto, á que te alzó la moda,
Con mépos vanidad:
No es un capricho, que la ciencia tuvo,
Ley justa de verdad.«

Fábula XV.
Á la vejez viruelas

En la boda de un viejo
Cantaba un tonto:
»Yo sé que lefia enjuta
Se enciende pronto.
»—
Sí; pero advierte
Que á la vejez viruelas
Es mal de muerte.«

Fábula XVI.
Las abarcas olorosas

    »Bien huelen tus abarcas, Julianillo,
(Dijo á un pastor el mayoral del hato).
— Sí (contestó Julian); me di un buen rato,
Pisando en un erial salvia y tomillo.«
¿Qué no pisa tal vez el poderoso
Por un gusto pueril y caprichoso!

Fábula XVII.
Las indirectas del padre Cobos

    Célebres entre agudos y entre bobos
Las indirectas son del padre Cobos;
Mas como habrá sin duda quien aprecie
Que le declare alguno lo que fueron
Las tales indirectas en su especie,
Trasládole el informe que me dieron.
   
Parece, pues, que había
En cierta poblacion de Andalucía
Un convento ejemplar, con un prelado,
Siervo de Dios perfecto y acabado,
Que de ciencia y paciencia era un portento:
Por lo cual, uno á uno,
Dio en irle á visitar á su convento,
Sin qué ni para qué, tanto importuno,
Que siempre andaba el pobre atropellado
Para cumplir las reglas de su estado
Era portero de la casa un lego,
Catalan ó gallego,
Cobos apellidado,
Bartolomé de nombre, alto, robusto,
De resuelto genial y un poco adusto.
Llamóle el Superior, y dijo: »Mire
Si puede bacer, por indirecto modo,
Que esa gente comprenda
Que de tanta visita me incomodo.
— Yo haré que se retire
La tal familia presto,«
Respondió el motilon. — »Si, ponga enmienda;
Pero indirectamente, por supuesto.
— Fíe, Padre, en el tino de Bartolo:
Para indirectas, oh! me pinto solo.«
Viene al siguiente dia,
Madrugando solícito, un molesto:
Llama. Tilin, tilin... »Ave María.«
Bartolo, sin abrir la portería,
Dice al madrugador: »Hermano, trate
De ir á otro manantial que no se agote:
Desde hoy ningun pegote
Prueba de mi Prior el chocolate.»
Oyendo el hombre la indirecta rara,
Se fué, brotando bermellon su cara.
Llega un necio en seguida,
Y Cobos dice: »Excuse la venida:
Miéntras yo el cargo ejerza de portera.
No entra aqui ni gandul ni majadero.«
Despedido el segundo visitante,
Cata el número tres. — »Coja el portante,
Prorumpe el fiero Cobos, usiría:
No está bien entre monjes un espía.«
Con una añadidura semejante,
Y en tono proferida nada blando,
Bartolo á cada cual fué despachando;
Y desde entónces al Prior bendito
No perturbó en su celda ni un mosquito.
Contento el Padre y á la par confuso,
Al lego preguntó: »
¿De qué manera
Con aquella familia se compuso,
Para que así de verme desistiera?
— Fué cosa muy sencilla,
Mi querido Prior (Cóbos repuso):
Cada quisque llevó su indirectilla,
Y huyó de mí la incómoda cuadrilla.
— Cuénteme las discretas expresiones,
Cuya virtud á la razon los trajo.
— Les dije la verdad: Sois un atajo
De tunos, de chismosos y de hambrones.
¡Á eso llama indirectas, en efecto!
— Yo nunca en ellas fui más circunspecto.
— Pues, hermano, mentiras ó verdades,
Sus indirectas son atrocidades.«
    Dijo bien el Prior; mas como hay entes
En grado escandaloso impertinentes,
Échaseles tambien de buena gana
Tal cual indirectilla cobosiana.