Fábula I.
NO SIEMPRE EL BIEN ES FORTUNA
el pájaro encarcelado
En una jaula un ave
nació y vivió contento,
sin cruzar nunca el viento
con revolar süave.
¡Qué
vanamente grave,
porque más no desea,
de una á otra barandilla
con voluntad sencilla
cantando se pasea!
Créalo quien lo crea;
mas lo cierto es que el preso
nunca con loco esceso
en ocasion ninguna
maldijo la fortuna,
ni tuvo á vituperio
su dulce cautiverio.
Por último, es el caso
que un dia que la puerta
vió de la jaula abierta,
llegó paso tras paso
á la vecina huerta.
¡Cómo
entonces contento,
con emocion extraña,
goza en la azul campaña
del estendido viento
la libertad querida,
nunca por él sentida!
De rama en rama vuela
con la calma inefable
de la virtud amable
que el crímen no recela;
y al más cercano arbusto
lanzándose con gusto,
quedó á la liga en suma
presa otra vez su pluma.
¡Triste
imágen del hado
fué el pájaro inocente,
pues se trocó su estado
tan repentinamente!
Tornó á ver á despecho
la antes prision amada:
mas nunca la alborada
volvió á encomiar su pecho
con su comun tonada.
— "¿Por
qué con tal quebranto," —
su dueña le decia,
— "mi gozo y tu alegria
no ensalzas con tu canto
cual suceder solia?" —
Sin dar respuesta alguna,
las penas una á una,
con el dolor más grave
de su dueña querida,
acabaron del ave
la macilenta vida;
que aunque en la cárcel fiera
pasó la vida entera
sin que echase de ménos
los céfiros serenos,
despues que hubo probado
su esfera siempre amena,
cuando volvió á su estado
murió el triste de pena.
¡Huid,
mentido bando
de alegres ilusiones,
que nos henchís, pasando,
de locas ambiciones!
¡Dejadme
que tranquilo
muera en mi pobre asilo,
pues que solo un momento
vive el mayor contento!
¿Por
qué quereis que ansioso
deje mi humilde estado,
si es más desventurado
quien fué una vez dichoso?
Fábula II.
YENDO Á MÁS, VENIR Á
MÉNOS
la abeja, el burro y la rama
La abeja de una rama de romero
formaba su panal de mieles rico;
mas la rama encontrando en un lindero,
se la comió un borrico.
¡Pobre
rama olorosa
que el blason iba á ser de los panales,
y ya entre las mandíbulas asnales
podrá ser, menos miel, cualquiera cosa!
¡Oh,
qué bien con su ejemplo nos declama
lo instable del destino,
cuando al ir á ser miel la noble rama,
el pienso quedó á ser de un vil pollino!
Fábula III.
CAPRICHOS DEL HADO
el escultor y los dos troncos
Cierto escultor un dia,
viendo dos troncos, entre sí decia:
— "De este zoquete vil", lleno de lodo,
un San Roque he de hacer con perro y todo;
y este, aunque para santo mejor era,
del templo servirá para madera." —
Así el liado cruel, que engaña á tantos,
convierte, con tristísimos ejemplos,
en madera de templos á los santos,
y en santos la madera de los templos.
Fábula IV.
PLACERES FALSOS
el muchacho y la manzana
Tiró Andrés una piedra á una manzana,
y por dar á la fruta, dió al ambiente;
tiróle la segunda:
¡empresa
vana!
la tercera tiró:
¡malditamente!
tiró otra en fin: cayó; mas de tal gana,
que con golpe mortal hirió su frente.
Hay bienes que en llegando, al mal iguales,
la cabeza nos rompen cual los males.
Fábula V.
DESEOS LOCOS
el pastor y el navio
Del mar en la ribera
quejábase un pastor de esta manera:
— "¡Oh,
qué sordas que tiene á mis congojas
el cielo las orejas,
pues no me saca de zagal de ovejas,
pati-tuertas las más, y algunas cojas!
¡Quién
me diera, halagando mi albedrio,
dirigir por ejemplo aquel navio,
y á la playa arribar del indio ó moro,
para volver con él cargado de oro!
¡Por
amigos tuviera y por amigas
entonces á señoras y señores,
pese á cuantas ovejas y pastores
rumiaron yerbas ó mascaron migas!
Mas
¡ay!
la suerte fiera
me arrastra, sea invierno, sea verano,
desde el monte al redil, y de este al llano;
y aunque oirlas no quiera,
me hace escuchar las simples avecillas,
que por más maravillas
que dicen que hacen los que de ellas cuentan,
cada vez que las oigo, me revientan." —
Así el pastor decia,
cuando el bajel ya apenas se veia;
y su intenso dolor llegaba á tanto,
que sus mejillas inundó de llanto.
Era al morir el sol, segun asienta
quien dijo que del ábrego la saña
removió aquella noche una tormenta
que ni la oyó el pastor en su cabana.
Al otro dia su manada entera
condujo, como siempre á la ribera,
y del mar acercándose á la orilla,
vió aquí y allí fragmentos de una quilla.
Buscando del naufragio indicios ciertos,
halló al fin gavias, y despues mesanas,
trinquetes desvelados, hombres muertos:
¡leves
cimientos de esperanzas vanas!
Entonces se acordó de su navio,
y viendo fin tan triste,
— "¡qué
bien hiciste, oh Dios, qué bien hiciste
en coartarme, dijo, el albedrio!" —
Y sin ver que á los muertos hacia agravios,
una sonrisa se asomó á sus labios;
y escuchando las simples avecillas,
que hacian, segun dijo, maravillas,
tradujo de sus plácidos gorjeos:
Modera tus deseos.
Aunque pierdas, llorando, tm encantos,
no halagues esperanzas indecisas;
cada muerta esperanza brota llantos;
cada llanto vertido engendra risas.
Fábula VI.
DE GUSTOS NO HAY
NADA ESCRITO
el conejo, el gallo, y el cerdo
Cada quisque celebra, y es muy justo,
lo que es mas de su gusto.
Por un gallo lo digo,
que de una huerta picoteando el trigo,
así á un conejo hablaba
que, haciendo muecas, una col rumiaba:
— "¿No
admiras este trigo, buen conejo,
gordo y gentil cual castellano viejo?
¿Quién
ha visto manjar de más decoro?
Como soy que parecen granos de oro."
— "Aprension, friolera, boberia," —
el rumiador conejo respondia:
— "Siempre á mi noble raza más le plugo
de tierna berza el agridulce jugo," —
Viendo así despreciado
su condimento amado,
el gallo incontinente,
para buscar un juez más competente,
se encaramó á las tapias de la huerta,
como vigia que se pone alerta;
y preguntó á un cochino
que acertaba á pasar por el camino:
— "Dime, si te ofreciesen cuando almuerzas
buen trigo y buenas berzas,
¿qué
cosate comieras, caro amigo?" —
El cerdo contestó: — Berzas y trigo. —
Fábula VII.
LOS LINDES DEL
BIEN Y EL MAL
el poeta y sus lectores
Si escuchais esos míseros lamentos,
son del difunto rey los funerales;
y esos vivas que ruedan por los vientos,
del rey nuevo los cantos inmortales.
Mas direis entre penas y contentos:
— "¿Se
cantan bienes, ó se lloran males?
" —
Nadie el linde á marcar se atrevería
que separa el pesar de la alegría.
Fábula VIII.
LA INOCENTADA
la madre y el hijo
— "¡Ubbb!!"
— en inocente fiesta
una madre con cariño
gritaba á un hermoso niño
con una máscara puesta.
Mas de sus gustos avara,
al ver que lloraba el hijo,
arrojándola, le dijo:
— "Tonto, si tengo otra cara." —
Y del candor á merced,
á cuantas despues hallaba,
el niño las preguntaba:
— "¿Cuántas
caras tiene usted?" —
Y es fama que ya crecido,
llegó el niño á asegurar
que todas suelen mudar
la cara con el vestido.
Fábula IX.
LIVIANDAD DE
NUESTRAS GLORIAS
el jóven y el reloj de arena
Viendo un reloj de arena,
paseábase Roman con faz serena.
— "Pasa luego," — decia,
— "hora cual nunca impia;
que pronto Inés, con amoroso fuego,
me esperará en la reja; pasa luego." —
Y dando vueltas, su mirar sombrio
en el reloj fijaba, asaz tardio,
hasta que al fin echó de ver que insano
atascado se hallaba un leve grano;
y saliendo á la calle diligente,
llamó ála reja, pero inútilmente:
volvió á llamar de nuevo;
mas ya no estaba Inés:
¡pobre
mancebo!
¡Quién
por buscar se apena
de este mundo las dichas ilusorias,
cuando un grano de arena
rémora puede ser de nuestras glorias!
Fábula X.
LA DICHA ES UN ACASO
los cien cuerdos y el bobo
Si mal no lo recuerdo,
un bobo entre cien cuerdos por acaso
(y aquí diré de paso
que hay á veces mil bobos por un cuerdo),
admiraba el espléndido palacio
do la fortuna desigual motaba,
tan rico, que á sus ojos se mostraba
con puertas de oro y muros de topacio.
La señora fortuna,
que del mundo entre todas las señoras
tal vez no habrá ninguna
que la gane á mudarse á todas horas,
se la antojó salir en aquel dia
á hacer á uno infeliz:
¡quién
lo diria!
Al verla los cien cuerdos
(en verdad nada lerdos),
con presteza importuna
— "¡la
fortuna!
(prorumpen)
¡la
fortuna!" —
y arrancan en pos de ella,
mientras que, presurosa,
si bien como ellas bella,
como mujer al fin, huyó alevosa;
y si como ellas es verdad que huia,
como mujer tambien les sonreia.
Al verla el bobo huir con tal exceso:
— "Vaya con Dios", — la dijo el muy camueso;
y en celestial arrobo,
dándosele una higa,
porque alguno la siga ó no la siga,
á dormir se tendió: ¡maldito bobo!
Siguiéronla los cuerdos locamente;
pero con tal ahinco,
que alguno por correr dió un falso brinco,
y se aplastó la frente.
Otros perdieron solo el sufrimiento;
y otros ménos felices,
el camino sembraron, y no es cuento,
de piernas, ojos, brazos ó narices.
De engañar á los cuerdos ya cansada
la señora fortuna, siempre porra,
ganándoles las vueltas como zorra
determinó volverse á su morada.
Mas
¡oh
imprevisto caso!
pues cuando al ir su paso
el linde á trasponer de la ancha puerta,
tropieza con el bobo y le despierta!
— "¡Caiste
en el garlito!" —
gritó el simple, cual bollos los mofletes:
y sin andarse en dimes ni diretes,
con ella en casa entró:
¡bobo
maldito!
No llames, Fábio, tonto
al que cual tú no corre tras la gloria;
por correr más, no llegarás más pronto:
pregúntaselo al bolo de la historia.
Fábula XI.
LA VIDA Y LA MUERTE
el padre y sus hijos
Juntos con su padre estando
Ana y Luis una mañana,
al plañir de una campana
Luis se santiguó rezando.
Y Ana exclamó con desprecio:
— "¿Por
qué rezas?" — Y él al punto:
— "Rezo, dijo, á ese difunto."
—" Si es que ha nacido uno, nécio." —
Y viendo afrentado al hijo,
el padre, con faz severa
mirando á la retrechera,
con voz solemne la dijo:
— "¡No
es rara equivocacion,
pues para ambas cosas, Ana,
siempre una, misma campana
toca con un mismo són!"
—
Fábula XII.
Á UN GRAN MAL OTRO
MAYOR
el ruiseñor y el raton
Clamó un raton sin consuelo,
preso en una cárcel fuerte:
— "¡Imposible
es que la suerte
pudiese aumentar mi duelo!" —
Y alzando la vista al cielo
para acusar su dolor,
le preguntó un ruiseñor
de un halcon arrebatado:
— "¿Truecas
conmigo tu estado!" —
Y él contestó: — No señor. —
Fábula XIII.
DEL TRONCO SALE LA RAMA
el poeto y la yegua
Era una yegua pia,
que sin ánimos ya para dar coces,
á un hijo que tenia,
así le reprendia,
si no con estas, con iguales voces:
— "No des coces
¡impío!
Maldita sea tu costumbre ingrata:
cual yo modera el brío;
ten presente, hijo mio,
que es mala educacion sacar la pata." —
Al decir — bien — el hijo,
la saludó con singular donaire;
de puro regocijo
despues de lo que dijo,
miles de coces disparando al aire.
Y en ocasion tan calva,
si los hallase en parte más contigua,
presumo que en la salva
al lucero del alba
y á la madre, de un par me los santigua.
— "¿De
quién aprenderia," —
siguió la yegua, "inclinacion tan basta?" —
La zorra que la oia:
— "De nadie," — la decia,
— "créalo usted, vecina; esa es la casta." —
Fábula XIV.
LECCIONES AMARGAS
el padre el hijo y el perro
Bramaba el viento, agitado,
cuando subian á un' cerro
un padre en su hijo apoyado,
y detrás de ambos un perro.
Y con mortal pesadumbre
el viejo desfallecido,
cayó exánime en la cumbre,
entre la nieve aterido.
Y — "marcha," — al jóven le dijo;
"no encuentres cual yo la muerte." —
— "Pues adios" — contestó el hijo;
y huyó temiendo igual suerte.
Mas desde un monte cercano,
libre ya de todo empeño,
vió que más fiel el alano
quedó á morir con su dueño.
Fábula XV.
LA MUERTE TODO LO
IGUALA
la vuelta del campesino
Halló al volver con otros á su tierra
un nuevo cementerio un campesino,
y al cruzar por enmedio del camino
vió escrita en él esta inscripcion que aterra:
— "Un PONCE DE LEON aquí se encierra:
dobla al pasar la frente,
¡oh
peregrino!
y acata humilde al que postró al destino,
recto juez en la paz, y héroe en la guerra," —
Fija la vista en los eternos bronces,
gestos de admiracion haciendo extraños,
dijo extasiado el campesino entonces:
— "¡Por
Dios que son terribles desengaños!
¡Quién
les dijera á los ilustres PONCES,
que aquí enterré yo un burro hace dos años!—
Fábula XVI.
NO HAY DICHA CUMPLIDA
el placer y el pesar
Al descender al mundo
el pesar y el placer, fuerte el primero
y débil el segundo,
con afecto profundo
lla máronse uno al otro — "compañero." —
Sucedió que un cualquiera
encontrando al placer, con fuertes lazos
(por fuerza que un tonto era)
le estrechó de manera,
que por poco el placer muere en sus brazos.
Y no cometió dolo,
ya que pudo, en gozarle, el buen mancebo,
pues juro por Apolo
que si le bailara solo
le dejara este cura como nuevo.
Al verse así ultrajado,
para el mozo el placer pidió un castigo,
y el pesar de contado
de dolores cercado
voló en defensa de su flaco amigo.
— "¡De
boy nos verá la gente,—
con amor se dijeron, sin segundo,
— "juntos eternamente!" —
Eterna y juntamente
desde entonces acá los halla el mundo.
Por eso, si por suerte
ves, como el mozo, al que placer se nombra,
apercibido advierte
que para herir de muerte
recatado el pesar vela á su sombra.
Fábula XVII.
BIENES PROMETIDOS
El mundo al empezar, si bien me fundo,
Júpiter trajo al mundo,
para dar por igual á los mortales,
en una arca los bienes
y en otra arca los males.
Cogió el arca primera
(que por mi mal la de los males era),
y el censo atroz de los odiosos males
distribuyendo con piadoso intento,
ciento á Luis, ciento á Juan, y á Ramon ciento,
quedamos, salvo error, todos iguales.
Abrió el arca segunda
y tanto criminal (que Dios confunda)
acudió á ver los bienes, que brillantes
lucian cual riquísimos diamantes,
que al fin los más bribones
entraron de robar en tentaciones.
Por detrás un avaro sin decoro
sustrajo bienes mil (mil onzas de oro);
y un alcalde (un truhan) dando pisadas,
diez bienes se apropió (diez alcaldadas):
aquí un lascivo su placer corona
con una vírgen que aspiró á matrona;
allí un poeta (un candido, presumo)
tan solo robó un bien (la gloria;
¡humo!),
y un ruin magnate, de nobleza rancia,
veinte bienes sustrajo sin conciencia,
reducidos, en última sustancia,
á diez y nueve cruces y un vuecencia.
Tantas eran por fin las sustracciones
de ambiciosos, de avaros y ladrones,
que Júpiter atándose la capa
(lo que prueba la fé de los humanos)
andaba con los piés y con las manos
por aquí y por allí tapa que tapa.
Al ver tanta ruindad en los mortales,
por último el buen dios perdió la calma,
y, llevándose el arca en cuerpo y alma,
dijo, al cerrar las puertas celestiales:
— "Yo juro por esta arca que ahora encierra
los bienes que el mortal anhela tanto,
de no sacar un bien ni aun para un santo,
hasta que no haya infames en la tierra," —
Dijo así el dios; y el diablo que lo oia
(pues siempre anda del hombre en compañia)
gritó á la gente, que se vió burlada,
lanzando una insolente carcajada:
— "Noble mortal, mi digno descendiente
(lo cual nunca en tus actos se desmiente),
el dios que escuchas, de inocencia lleno,
sus bienes te promete, en siendo bueno:
si hasta entonces no aguardas otros bienes,
acuéstate á dormir, que tiempo tienes." —
Fábula XVIII.
PRINCIPIO Y FIN DE
LAS COSAS
el labrador y la morera
Primera parte
Juan plantó una morera,
que el que, despues de un año, la véia,
con la fé mas sincera
loando sus primores, prorumpia:
— "¡Bien
haya el hacedor de tal hechura!
¡Qué
flor, qué tronco, qué hoja, qué verdura!" —
De seda unos gusanos
sus hojas agotaron roedores,
y con dardos insanos
dieron fin las abejas á sus flores,
dejando el árbol de tan ruin manera,
que Juan lo hizo cortar:
¡Adios
morera!
Así, en suertes no iguales,
llegaron con destino bueno ó malo,
las flores á panales,
las hojas á ser seda, á efigie el palo;
pues os advierto que en mudanza tanta
del rudo tronco Juan hizo una santa.
Y cual de la morera
tuvieron hoja y flor vario destino,
de la misma manera
los hombres tienen encontrado sino;
que el destino es instable como el viento.
Mas, basta de moral, y siga el cuento.
Segunda parte
A mi lugar un dia
la gente se agolpó de la comarca,
do festejar solia
la virgen que llamamos de la Barca;
santa que yo adoré, santa que aun era
la misma que hizo Juan de la morera.
Y á través de un concierto
que en el templo sonaba en alto coro
(bastante mal por cierto),
sin oir lo sonoro ó no sonoro,
á una vela escuché, no sin trabajo,
que decia á la santa por lo bajo:
— "¿Cómo
estamos, hermana?
Yo soy hija tambien de la morera.
En mi suerte tirana,
fui flor, llegué á panal y ahora soy cera.
¡Quién
al ver la morera nos diria,
que al ser lo que eres, lo que soy seria!" —
— "Su desden me acongoja," —
dijo el vestido de la santa entonces;
— "llegué á seda desde hoja,
y sus oidos para mí son bronces.
¡Nadie
creeria, al verme en la morera,
que de un santo del tronco el trage fuera!"—
— "Calle el nécio ropaje,
pues le doy tanto honor," — dijo la santa:
— "y cuide no me ultraje
la innoble cera con locura tanta.
¡Las
parleras!... las muy...
¡Ave
María!
¿Qué
hay de comun entre las tres?" — seguia.
— "¿No
ven," — las fué diciendo,
— "que hasta el mismo escultor que me ha labrado
en acto reverendo
me tributa oblacion con noble agrado?" —
Y era verdad, que con amor profundo
hasta oraba el buen Juan.
¡Cosas
del mundo!
Si empieza la existencia
los seres al nacer mostrando iguales,
en nuestra adolescencia
ya veis que unos son seres celestiales,
ante los cuales los demás oramos.
¿Mas
cuál de todos será el fin? Veamos.
Tercera parte
Ala vela inflamada,
— "llega," — dijo el vestido, —"hermana mia,
y nuestra suerte airada
será así igual hasta la tumba fria." —
Llegó la vela el labio enrojecido,
é inflamado á su luz ardió el vestido.
Crugió entonces la seda;
y arrojando las chispas á millares,
fué ardiendo en ígnea rueda
seda, blandon, imágenes y altares;
siendo al fin, calcinado su ornamento,
juguete vil del agitado viento.
¡Así
en la humana vida,
si á unos el hado en ídolos convierte,
mientras que envilecida
la plebe es templo y luz... llega la muerte,
y confunde, con bárbaros ejemplos,
aras, ídolos, luz, galas y templos!
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