Fábula I. 
					NO SIEMPRE EL BIEN ES FORTUNA 
					el pájaro encarcelado 
					 
					En una jaula un ave 
					nació y vivió contento, 
					sin cruzar nunca el viento 
					con revolar süave. 
					
					
					¡Qué 
					vanamente grave, 
					porque más no desea, 
					de una á otra barandilla 
					con voluntad sencilla 
					cantando se pasea! 
					Créalo quien lo crea; 
					mas lo cierto es que el preso 
					nunca con loco esceso 
					en ocasion ninguna 
					maldijo la fortuna, 
					ni tuvo á vituperio 
					su dulce cautiverio. 
					Por último, es el caso 
					que un dia que la puerta 
					vió de la jaula abierta, 
					llegó paso tras paso 
					á la vecina huerta. 
					
					
					¡Cómo 
					entonces contento, 
					con emocion extraña, 
					goza en la azul campaña 
					del estendido viento 
					la libertad querida, 
					nunca por él sentida! 
					De rama en rama vuela 
					con la calma inefable 
					de la virtud amable 
					que el crímen no recela; 
					y al más cercano arbusto 
					lanzándose con gusto, 
					quedó á la liga en suma 
					presa otra vez su pluma. 
					
					
					¡Triste 
					imágen del hado 
					fué el pájaro inocente, 
					pues se trocó su estado 
					tan repentinamente! 
					Tornó á ver á despecho 
					la antes prision amada: 
					mas nunca la alborada 
					volvió á encomiar su pecho 
					con su comun tonada. 
					— "¿Por 
					qué con tal quebranto," — 
					su dueña le decia, 
					— "mi gozo y tu alegria 
					no ensalzas con tu canto 
					cual suceder solia?" — 
					Sin dar respuesta alguna, 
					las penas una á una, 
					con el dolor más grave 
					de su dueña querida, 
					acabaron del ave 
					la macilenta vida; 
					que aunque en la cárcel fiera 
					pasó la vida entera 
					sin que echase de ménos 
					los céfiros serenos, 
					despues que hubo probado 
					su esfera siempre amena, 
					cuando volvió á su estado 
					murió el triste de pena. 
					 
					
					
					¡Huid, 
					mentido bando 
					de alegres ilusiones, 
					que nos henchís, pasando, 
					de locas ambiciones! 
					
					
					¡Dejadme 
					que tranquilo 
					muera en mi pobre asilo, 
					pues que solo un momento 
					vive el mayor contento! 
					
					
					¿Por 
					qué quereis que ansioso 
					deje mi humilde estado, 
					si es más desventurado 
					quien fué una vez dichoso? 
					 
					
					
					Fábula II. 
					YENDO Á MÁS, VENIR Á 
					MÉNOS 
					la abeja, el burro y la rama 
					 
					La abeja de una rama de romero 
					formaba su panal de mieles rico; 
					mas la rama encontrando en un lindero, 
					se la comió un borrico. 
					
					
					¡Pobre 
					rama olorosa 
					que el blason iba á ser de los panales, 
					y ya entre las mandíbulas asnales 
					podrá ser, menos miel, cualquiera cosa! 
					 
					
					
					¡Oh, 
					qué bien con su ejemplo nos declama 
					lo instable del destino, 
					cuando al ir á ser miel la noble rama, 
					el pienso quedó á ser de un vil pollino! 
					 
					
					
					Fábula III. 
					CAPRICHOS DEL HADO 
					el escultor y los dos troncos 
					 
					Cierto escultor un dia, 
					viendo dos troncos, entre sí decia: 
					— "De este zoquete vil", lleno de lodo, 
					un San Roque he de hacer con perro y todo; 
					y este, aunque para santo mejor era, 
					del templo servirá para madera." — 
					 
					Así el liado cruel, que engaña á tantos, 
					convierte, con tristísimos ejemplos, 
					en madera de templos á los santos, 
					y en santos la madera de los templos. 
					
					
					 
					
					
					Fábula IV. 
					PLACERES FALSOS 
					el muchacho y la manzana 
					 
					Tiró Andrés una piedra á una manzana, 
					y por dar á la fruta, dió al ambiente; 
					tiróle la segunda: 
					
					¡empresa 
					vana! 
					la tercera tiró: 
					
					¡malditamente! 
					tiró otra en fin: cayó; mas de tal gana, 
					que con golpe mortal hirió su frente. 
					 
					
					
					Hay bienes que en llegando, al mal iguales, 
					la cabeza nos rompen cual los males. 
					 
					Fábula V. 
					DESEOS LOCOS 
					el pastor y el navio 
					 
					Del mar en la ribera 
					quejábase un pastor de esta manera: 
					— "¡Oh, 
					qué sordas que tiene á mis congojas 
					el cielo las orejas, 
					pues no me saca de zagal de ovejas, 
					pati-tuertas las más, y algunas cojas! 
					
					
					¡Quién 
					me diera, halagando mi albedrio, 
					dirigir por ejemplo aquel navio, 
					y á la playa arribar del indio ó moro, 
					para volver con él cargado de oro! 
					
					
					¡Por 
					amigos tuviera y por amigas 
					entonces á señoras y señores, 
					pese á cuantas ovejas y pastores 
					
					
					rumiaron yerbas ó mascaron migas! 
					Mas 
					
					¡ay! 
					la suerte fiera 
					me arrastra, sea invierno, sea verano, 
					desde el monte al redil, y de este al llano; 
					y aunque oirlas no quiera, 
					me hace escuchar las simples avecillas, 
					que por más maravillas 
					que dicen que hacen los que de ellas cuentan, 
					cada vez que las oigo, me revientan." — 
					Así el pastor decia, 
					cuando el bajel ya apenas se veia; 
					y su intenso dolor llegaba á tanto, 
					que sus mejillas inundó de llanto. 
					Era al morir el sol, segun asienta 
					quien dijo que del ábrego la saña 
					removió aquella noche una tormenta 
					que ni la oyó el pastor en su cabana. 
					Al otro dia su manada entera 
					condujo, como siempre á la ribera, 
					y del mar acercándose á la orilla, 
					vió aquí y allí fragmentos de una quilla. 
					Buscando del naufragio indicios ciertos, 
					halló al fin gavias, y despues mesanas, 
					trinquetes desvelados, hombres muertos: 
					
					
					¡leves 
					cimientos de esperanzas vanas! 
					Entonces se acordó de su navio, 
					y viendo fin tan triste, 
					
					
					— "¡qué 
					bien hiciste, oh Dios, qué bien hiciste 
					en coartarme, dijo, el albedrio!" — 
					Y sin ver que á los muertos hacia agravios, 
					una sonrisa se asomó á sus labios; 
					y escuchando las simples avecillas, 
					que hacian, segun dijo, maravillas, 
					tradujo de sus plácidos gorjeos: 
					 
					Modera tus deseos. 
					Aunque pierdas, llorando, tm encantos, 
					no halagues esperanzas indecisas; 
					cada muerta esperanza brota llantos; 
					cada llanto vertido engendra risas. 
					 
					Fábula VI. 
					
					
					DE GUSTOS NO HAY 
					NADA ESCRITO 
					el conejo, el gallo, y el cerdo 
					 
					Cada quisque celebra, y es muy justo, 
					lo que es mas de su gusto. 
					 
					Por un gallo lo digo, 
					que de una huerta picoteando el trigo, 
					así á un conejo hablaba 
					que, haciendo muecas, una col rumiaba: 
					
					
					— "¿No 
					admiras este trigo, buen conejo, 
					gordo y gentil cual castellano viejo? 
					
					
					¿Quién 
					ha visto manjar de más decoro? 
					Como soy que parecen granos de oro." 
					— "Aprension, friolera, boberia," — 
					el rumiador conejo respondia: 
					— "Siempre á mi noble raza más le plugo 
					de tierna berza el agridulce jugo," — 
					Viendo así despreciado 
					su condimento amado, 
					el gallo incontinente, 
					para buscar un juez más competente, 
					se encaramó á las tapias de la huerta, 
					como vigia que se pone alerta; 
					y preguntó á un cochino 
					que acertaba á pasar por el camino: 
					— "Dime, si te ofreciesen cuando almuerzas 
					buen trigo y buenas berzas, 
					
					
					¿qué 
					cosate comieras, caro amigo?" — 
					El cerdo contestó: — Berzas y trigo. — 
					 
					Fábula VII. 
					LOS LINDES DEL 
					BIEN Y EL MAL 
					el poeta y sus lectores 
					 
					Si escuchais esos míseros lamentos, 
					son del difunto rey los funerales; 
					y esos vivas que ruedan por los vientos, 
					del rey nuevo los cantos inmortales. 
					
					
					Mas direis entre penas y contentos: 
					— "¿Se 
					cantan bienes, ó se lloran males? 
					
					" — 
					 
					Nadie el linde á marcar se atrevería 
					que separa el pesar de la alegría. 
					 
					Fábula VIII. 
					
					
					LA INOCENTADA 
					la madre y el hijo 
					 
					— "¡Ubbb!!" 
					— en inocente fiesta 
					una madre con cariño 
					gritaba á un hermoso niño 
					con una máscara puesta. 
					 
					Mas de sus gustos avara, 
					al ver que lloraba el hijo, 
					arrojándola, le dijo: 
					— "Tonto, si tengo otra cara." — 
					 
					Y del candor á merced, 
					á cuantas despues hallaba, 
					
					
					el niño las preguntaba: 
					— "¿Cuántas 
					caras tiene usted?" — 
					 
					Y es fama que ya crecido, 
					llegó el niño á asegurar 
					que todas suelen mudar 
					la cara con el vestido. 
					 
					Fábula IX. 
					LIVIANDAD DE 
					NUESTRAS GLORIAS 
					el jóven y el reloj de arena 
					 
					Viendo un reloj de arena, 
					paseábase Roman con faz serena. 
					— "Pasa luego," — decia, 
					— "hora cual nunca impia; 
					que pronto Inés, con amoroso fuego, 
					me esperará en la reja; pasa luego." — 
					Y dando vueltas, su mirar sombrio 
					en el reloj fijaba, asaz tardio, 
					hasta que al fin echó de ver que insano 
					atascado se hallaba un leve grano; 
					y saliendo á la calle diligente, 
					llamó ála reja, pero inútilmente: 
					volvió á llamar de nuevo; 
					mas ya no estaba Inés: 
					
					¡pobre 
					mancebo! 
					 
					
					
					¡Quién 
					por buscar se apena 
					de este mundo las dichas ilusorias, 
					cuando un grano de arena 
					rémora puede ser de nuestras glorias! 
					 
					Fábula X. 
					LA DICHA ES UN ACASO 
					los cien cuerdos y el bobo 
					 
					Si mal no lo recuerdo, 
					un bobo entre cien cuerdos por acaso 
					(y aquí diré de paso 
					que hay á veces mil bobos por un cuerdo), 
					admiraba el espléndido palacio 
					do la fortuna desigual motaba, 
					tan rico, que á sus ojos se mostraba 
					con puertas de oro y muros de topacio. 
					La señora fortuna, 
					que del mundo entre todas las señoras 
					tal vez no habrá ninguna 
					que la gane á mudarse á todas horas, 
					se la antojó salir en aquel dia 
					á hacer á uno infeliz: 
					
					¡quién 
					lo diria! 
					
					
					Al verla los cien cuerdos 
					(en verdad nada lerdos), 
					con presteza importuna 
					— "¡la 
					fortuna! 
					
					(prorumpen) 
					
					¡la 
					fortuna!" — 
					y arrancan en pos de ella, 
					mientras que, presurosa, 
					si bien como ellas bella, 
					como mujer al fin, huyó alevosa; 
					y si como ellas es verdad que huia, 
					como mujer tambien les sonreia. 
					
					
					Al verla el bobo huir con tal exceso: 
					— "Vaya con Dios", — la dijo el muy camueso; 
					y en celestial arrobo, 
					dándosele una higa, 
					porque alguno la siga ó no la siga, 
					á dormir se tendió: ¡maldito bobo! 
					Siguiéronla los cuerdos locamente; 
					pero con tal ahinco, 
					que alguno por correr dió un falso brinco, 
					y se aplastó la frente. 
					Otros perdieron solo el sufrimiento; 
					y otros ménos felices, 
					el camino sembraron, y no es cuento, 
					de piernas, ojos, brazos ó narices. 
					De engañar á los cuerdos ya cansada 
					la señora fortuna, siempre porra, 
					
					
					ganándoles las vueltas como zorra 
					determinó volverse á su morada. 
					Mas 
					
					¡oh 
					imprevisto caso! 
					pues cuando al ir su paso 
					el linde á trasponer de la ancha puerta, 
					tropieza con el bobo y le despierta! 
					— "¡Caiste 
					en el garlito!" — 
					gritó el simple, cual bollos los mofletes: 
					y sin andarse en dimes ni diretes, 
					con ella en casa entró: 
					
					¡bobo 
					maldito! 
					 
					No llames, Fábio, tonto 
					al que cual tú no corre tras la gloria; 
					por correr más, no llegarás más pronto: 
					pregúntaselo al bolo de la historia. 
					 
					Fábula XI. 
					
					
					LA VIDA Y LA MUERTE 
					el padre y sus hijos 
					 
					Juntos con su padre estando 
					Ana y Luis una mañana, 
					al plañir de una campana 
					Luis se santiguó rezando. 
					 
					
					
					Y Ana exclamó con desprecio: 
					— "¿Por 
					qué rezas?" — Y él al punto: 
					— "Rezo, dijo, á ese difunto." 
					—" Si es que ha nacido uno, nécio." — 
					 
					Y viendo afrentado al hijo, 
					el padre, con faz severa 
					mirando á la retrechera, 
					con voz solemne la dijo: 
					 
					— "¡No 
					es rara equivocacion, 
					pues para ambas cosas, Ana, 
					siempre una, misma campana 
					toca con un mismo són!" 
					— 
					 
					Fábula XII. 
					Á UN GRAN MAL OTRO 
					MAYOR 
					el ruiseñor y el raton 
					 
					Clamó un raton sin consuelo, 
					preso en una cárcel fuerte: 
					— "¡Imposible 
					es que la suerte 
					pudiese aumentar mi duelo!" — 
					Y alzando la vista al cielo 
					para acusar su dolor, 
					le preguntó un ruiseñor 
					de un halcon arrebatado: 
					— "¿Truecas 
					conmigo tu estado!" — 
					Y él contestó: — No señor. — 
					 
					Fábula XIII. 
					
					
					DEL TRONCO SALE LA RAMA 
					el poeto y la yegua 
					 
					Era una yegua pia, 
					que sin ánimos ya para dar coces, 
					á un hijo que tenia, 
					así le reprendia, 
					si no con estas, con iguales voces: 
					 
					— "No des coces 
					
					¡impío! 
					Maldita sea tu costumbre ingrata: 
					cual yo modera el brío; 
					ten presente, hijo mio, 
					que es mala educacion sacar la pata." — 
					 
					Al decir — bien — el hijo, 
					la saludó con singular donaire; 
					de puro regocijo 
					
					
					despues de lo que dijo, 
					miles de coces disparando al aire. 
					 
					Y en ocasion tan calva, 
					si los hallase en parte más contigua, 
					presumo que en la salva 
					al lucero del alba 
					y á la madre, de un par me los santigua. 
					 
					— "¿De 
					quién aprenderia," — 
					siguió la yegua, "inclinacion tan basta?" — 
					La zorra que la oia: 
					— "De nadie," — la decia, 
					— "créalo usted, vecina; esa es la casta." — 
					 
					Fábula XIV. 
					
					
					LECCIONES AMARGAS 
					el padre el hijo y el perro 
					 
					Bramaba el viento, agitado, 
					cuando subian á un' cerro 
					un padre en su hijo apoyado, 
					y detrás de ambos un perro. 
					 
					Y con mortal pesadumbre 
					el viejo desfallecido, 
					cayó exánime en la cumbre, 
					entre la nieve aterido. 
					 
					Y — "marcha," — al jóven le dijo; 
					"no encuentres cual yo la muerte." — 
					— "Pues adios" — contestó el hijo; 
					y huyó temiendo igual suerte. 
					 
					Mas desde un monte cercano, 
					libre ya de todo empeño, 
					vió que más fiel el alano 
					quedó á morir con su dueño. 
					 
					Fábula XV. 
					LA MUERTE TODO LO 
					IGUALA 
					la vuelta del campesino 
					 
					Halló al volver con otros á su tierra 
					un nuevo cementerio un campesino, 
					y al cruzar por enmedio del camino 
					vió escrita en él esta inscripcion que aterra: 
					— "Un PONCE DE LEON aquí se encierra: 
					dobla al pasar la frente, 
					
					¡oh 
					peregrino! 
					y acata humilde al que postró al destino, 
					recto juez en la paz, y héroe en la guerra," — 
					Fija la vista en los eternos bronces, 
					gestos de admiracion haciendo extraños, 
					dijo extasiado el campesino entonces: 
					— "¡Por 
					Dios que son terribles desengaños! 
					
					
					¡Quién 
					les dijera á los ilustres PONCES, 
					que aquí enterré yo un burro hace dos años!— 
					 
					Fábula XVI. 
					
					
					NO HAY DICHA CUMPLIDA 
					el placer y el pesar 
					 
					Al descender al mundo 
					el pesar y el placer, fuerte el primero 
					y débil el segundo, 
					con afecto profundo 
					lla máronse uno al otro — "compañero." — 
					 
					Sucedió que un cualquiera 
					encontrando al placer, con fuertes lazos 
					(por fuerza que un tonto era) 
					le estrechó de manera, 
					que por poco el placer muere en sus brazos. 
					 
					
					
					Y no cometió dolo, 
					ya que pudo, en gozarle, el buen mancebo, 
					pues juro por Apolo 
					que si le bailara solo 
					le dejara este cura como nuevo. 
					 
					Al verse así ultrajado, 
					para el mozo el placer pidió un castigo, 
					y el pesar de contado 
					de dolores cercado 
					voló en defensa de su flaco amigo. 
					 
					— "¡De 
					boy nos verá la gente,— 
					con amor se dijeron, sin segundo, 
					— "juntos eternamente!" — 
					Eterna y juntamente 
					desde entonces acá los halla el mundo. 
					 
					Por eso, si por suerte 
					ves, como el mozo, al que placer se nombra, 
					apercibido advierte 
					que para herir de muerte 
					recatado el pesar vela á su sombra. 
					 
					Fábula XVII. 
					BIENES PROMETIDOS 
					 
					El mundo al empezar, si bien me fundo, 
					Júpiter trajo al mundo, 
					para dar por igual á los mortales, 
					en una arca los bienes 
					y en otra arca los males. 
					
					
					Cogió el arca primera 
					(que por mi mal la de los males era), 
					y el censo atroz de los odiosos males 
					distribuyendo con piadoso intento, 
					ciento á Luis, ciento á Juan, y á Ramon ciento, 
					quedamos, salvo error, todos iguales. 
					
					
					Abrió el arca segunda 
					y tanto criminal (que Dios confunda) 
					acudió á ver los bienes, que brillantes 
					lucian cual riquísimos diamantes, 
					que al fin los más bribones 
					entraron de robar en tentaciones. 
					Por detrás un avaro sin decoro 
					sustrajo bienes mil (mil onzas de oro); 
					y un alcalde (un truhan) dando pisadas, 
					diez bienes se apropió (diez alcaldadas): 
					aquí un lascivo su placer corona 
					
					
					con una vírgen que aspiró á matrona; 
					allí un poeta (un candido, presumo) 
					tan solo robó un bien (la gloria; 
					
					¡humo!), 
					y un ruin magnate, de nobleza rancia, 
					veinte bienes sustrajo sin conciencia, 
					reducidos, en última sustancia, 
					á diez y nueve cruces y un vuecencia. 
					Tantas eran por fin las sustracciones 
					de ambiciosos, de avaros y ladrones, 
					que Júpiter atándose la capa 
					(lo que prueba la fé de los humanos) 
					
					
					andaba con los piés y con las manos 
					por aquí y por allí tapa que tapa. 
					Al ver tanta ruindad en los mortales, 
					por último el buen dios perdió la calma, 
					y, llevándose el arca en cuerpo y alma, 
					dijo, al cerrar las puertas celestiales: 
					— "Yo juro por esta arca que ahora encierra 
					los bienes que el mortal anhela tanto, 
					de no sacar un bien ni aun para un santo, 
					hasta que no haya infames en la tierra," — 
					Dijo así el dios; y el diablo que lo oia 
					(pues siempre anda del hombre en compañia) 
					gritó á la gente, que se vió burlada, 
					lanzando una insolente carcajada: 
					— "Noble mortal, mi digno descendiente 
					(lo cual nunca en tus actos se desmiente), 
					
					
					el dios que escuchas, de inocencia lleno, 
					sus bienes te promete, en siendo bueno: 
					si hasta entonces no aguardas otros bienes, 
					acuéstate á dormir, que tiempo tienes." — 
					 
					Fábula XVIII. 
					
					
					PRINCIPIO Y FIN DE 
					LAS COSAS 
					el labrador y la morera 
					 
					Primera parte 
					 
					Juan plantó una morera, 
					que el que, despues de un año, la véia, 
					con la fé mas sincera 
					loando sus primores, prorumpia: 
					— "¡Bien 
					haya el hacedor de tal hechura! 
					
					
					¡Qué 
					flor, qué tronco, qué hoja, qué verdura!" — 
					 
					De seda unos gusanos 
					sus hojas agotaron roedores, 
					y con dardos insanos 
					dieron fin las abejas á sus flores, 
					dejando el árbol de tan ruin manera, 
					que Juan lo hizo cortar: 
					
					¡Adios 
					morera! 
					 
					Así, en suertes no iguales, 
					llegaron con destino bueno ó malo, 
					las flores á panales, 
					las hojas á ser seda, á efigie el palo; 
					pues os advierto que en mudanza tanta 
					del rudo tronco Juan hizo una santa. 
					 
					Y cual de la morera 
					tuvieron hoja y flor vario destino, 
					de la misma manera 
					los hombres tienen encontrado sino; 
					que el destino es instable como el viento. 
					Mas, basta de moral, y siga el cuento. 
					 
					Segunda parte 
					 
					A mi lugar un dia 
					la gente se agolpó de la comarca, 
					do festejar solia 
					la virgen que llamamos de la Barca; 
					santa que yo adoré, santa que aun era 
					la misma que hizo Juan de la morera. 
					 
					
					
					Y á través de un concierto 
					que en el templo sonaba en alto coro 
					(bastante mal por cierto), 
					sin oir lo sonoro ó no sonoro, 
					
					
					á una vela escuché, no sin trabajo, 
					que decia á la santa por lo bajo: 
					 
					— "¿Cómo 
					estamos, hermana? 
					Yo soy hija tambien de la morera. 
					En mi suerte tirana, 
					fui flor, llegué á panal y ahora soy cera. 
					
					
					¡Quién 
					al ver la morera nos diria, 
					que al ser lo que eres, lo que soy seria!" — 
					 
					— "Su desden me acongoja," — 
					dijo el vestido de la santa entonces; 
					— "llegué á seda desde hoja, 
					y sus oidos para mí son bronces. 
					
					
					¡Nadie 
					creeria, al verme en la morera, 
					que de un santo del tronco el trage fuera!"— 
					 
					
					
					— "Calle el nécio ropaje, 
					pues le doy tanto honor," — dijo la santa: 
					— "y cuide no me ultraje 
					la innoble cera con locura tanta. 
					
					
					¡Las 
					parleras!... las muy... 
					
					¡Ave 
					María! 
					
					
					¿Qué 
					hay de comun entre las tres?" — seguia. 
					 
					
					
					— "¿No 
					ven," — las fué diciendo, 
					— "que hasta el mismo escultor que me ha labrado 
					en acto reverendo 
					
					
					me tributa oblacion con noble agrado?" — 
					Y era verdad, que con amor profundo 
					hasta oraba el buen Juan. 
					
					¡Cosas 
					del mundo! 
					 
					Si empieza la existencia 
					los seres al nacer mostrando iguales, 
					en nuestra adolescencia 
					ya veis que unos son seres celestiales, 
					ante los cuales los demás oramos. 
					
					
					¿Mas 
					cuál de todos será el fin? Veamos. 
					 
					
					
					Tercera parte 
					 
					Ala vela inflamada, 
					— "llega," — dijo el vestido, —"hermana mia, 
					y nuestra suerte airada 
					será así igual hasta la tumba fria." — 
					Llegó la vela el labio enrojecido, 
					é inflamado á su luz ardió el vestido. 
					 
					Crugió entonces la seda; 
					y arrojando las chispas á millares, 
					fué ardiendo en ígnea rueda 
					seda, blandon, imágenes y altares; 
					siendo al fin, calcinado su ornamento, 
					juguete vil del agitado viento. 
					 
					
					
					¡Así 
					en la humana vida, 
					si á unos el hado en ídolos convierte, 
					mientras que envilecida 
					la plebe es templo y luz... llega la muerte, 
					y confunde, con bárbaros ejemplos, 
					aras, ídolos, luz, galas y templos! 
					 
					 
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