Fábula XXXIX.
Los dos huéspedes
Pasando por un pueblo
de la montaña
dos caballeros mozos
buscan posada...
De dos vecinos
reciben mil ofertas
los dos amigos.
Porque a ninguna quieren
hacer desaire,
en casa de uno y otro
van a hospedarse.
De ambas mansiones
cada huésped la suya
a gusto escoge.
La que el uno prefiere,
tiene un gran patio,
con su gran frontispicio
como un palacio.
Sobre la puerta
su escudo de armas tiene
hecho de piedra.
La del otro, a la vista,
no era tan grande:
mas dentro no faltaba
donde alojarse;
como que había
piezas de muy buen temple,
claras y limpias.
Pero el otro palacio
del frontispicio
era, además de estrecho,
oscuro y frío;
mucha portada:
y por dentro desvanes
a teja vana.
El que allí pasó un día
mal hospedado,
contaba al compañero
el fuerte chasco;
pero él te dijo:
»Otros chascos como ese
dan muchos libros.«
Las portadas ostentosas
de los libros engañan mucho.
Fábula XL.
El té y la salvia
El té, viniendo del imperio chino,
se encontró con la salvia en el camino.
Ella le dijo: »¿A
dónde vas, compadre?«
»A Europa voy, comadre,
donde sé que me compran a buen precio.«
»Yo, respondió la salvia, voy a China;
que allá con sumo aprecio
me reciben por gusto y medicina.
En Europa me tratan de salvaje,
y jamás he podido hacer fortuna.
Anda con Dios, no perderás el viaje;
pues no hay nación alguna
que a todo lo extranjero
no dé con gusto aplausos y dinero.«
La salvia me perdone;
que al comercio su máxima se opone.
Si hablase del comercio literario,
yo no defendería lo contrario
porque en él para algunos es un vicio
lo que es en general un beneficio:
y español que tal vez recitaría
quinientos versos de Boileau y el Tasso,
puede ser que no sepa todavía
en qué lengua los hizo Garcilaso.
Algunos sólo aprecian la literatura extranjera
y no tienen la menor noticia de la de su nación.
Fábula XLI.
El gato, el
lagarto y el grillo
Ello es que hay animales muy científicos
en curarse con varios específicos,
y en conservar su construcción orgánica,
como hábiles que son en la botánica;
pues conocen las hierbas diuréticas,
catárticas, narcóticas, eméticas,
febrífugas, estípticas, prolíficas,
cefálicas también y sudoríficas.
En esto era gran práctico y teórico
un gato, pedantísimo retórico,
que hablaba en un estilo tan enfático
como el más estirado catedrático.
Yendo a caza de plantas salutíferas,
dijo a un lagarto: »¡Qué
ansias tan mortíferas!
Quiero, por mis turgencias semihidrópicas,
chupar el zumo de hojas heliotrópicas...«
Atónito el lagarto con lo exótico,
de todo aquel preámbulo estrambótico,
no entendió más la frase macarrónica
que si le hablasen lengua babilónica.
Pero notó que el charlatán ridículo,
de hojas de girasol llenó el ventrículo;
y le dijo: »Ya, en fin, señor hidrópico,
he entendido lo que es zumo heliotrópico...«
¡Y
no es bueno que un grillo, oyendo el diálogo,
aunque se fue en ayunas del catálogo
de términos tan raros y magníficos,
hizo del gato elogios honoríficos!
Sí; que hay quien tiene la hinchazón por mérito,
y el hablar liso y llano por demérito.
Mas ya que esos amantes de hiperbólicas
cláusulas, y metáforas diabólicas,
de retumbantes voces el depósito
apuran, aunque salga un despropósito,
caiga sobre su estilo problemático
este apólogo esdrújulo-enigmático.
Por más ridículo que sea el estilo retumbante,
siempre habrá necios que le aplaudan,
sólo por la razón de que se quedan sin entenderle.
Fábula XLII.
La música de los
animales
Atención, noble auditorio,
que la bandurria he templado,
y han de dar gracias cuando oigan
la jácara que les canto.
En la corte del león,
día de su cumpleaños,
unos cuantos animales
dispusieron un sarao
y para darle principio
con el debido aparato,
creyeron que una academia
de música era del caso.
Como en esto de elegir
los papeles adecuados
no todas veces se tiene
el acierto necesario,
ni hablaron del ruiseñor,
ni del mirlo se acordaron,
ni se trató de calandria,
de jilguero, ni canario.
Menos hábiles cantores,
aunque más determinados,
se ofrecieron a tomar
la diversión a su cargo.
Antes de llegar la hora
del cántico proyectado,
cada músico decía:
»Ustedes verán qué rato;«
y al fin la capilla junta
se presenta en el estrado
compuesta de los siguientes
diestrísimos operarios:
los tiples eran dos grillos;
rana y cigarra, contraltos;
dos tábanos, los tenores;
el cerdo y el burro, bajos,
¡Con
qué agradable cadencia,
con qué acento delicado
la música sonaría,
no es menester ponderarlo.
Baste decir que los más
las orejas se taparon,
y por respeto al león
disimularon el chasco.
La rana por los semblantes
bien conoció, sin embargo,
que habían de ser muy pocas
las palmadas y los bravos,
saliose del corro y dijo:
»¡Cómo
desentona el asno!«
Éste replicó: »Los tiples
sí que están desentonados.«
»Quien lo echa todo a perder,
añadió un grillo chillando,
es el cerdo.« – »Poco a poco,
respondió luego el marrano:
nadie desafina más
que la cigarra contralto.«
»Tenga modo y hable bien,
saltó la cigarra: es falso;
esos tábanos tenores
son los autores del daño.«
Cortó el león la disputa
diciendo: »¡Grandes
bellacos,
¿antes
de empezar la solfa
no la estabais celebrando?
Cada uno para sí
pretendía los aplausos,
como, que se debería
todo el acierto a su canto;
mas viendo ya que el concierto
es un infierno abreviado,
nadie quiere parte en él,
y a los otros hace cargos.
Jamás volváis a poneros
en mi presencia: marchaos;
que si otra vez me cantáis,
tengo de hacer un estrago.«
¡Así
permitiera el cielo
que sucediera otro tanto,
cuando trabajando a escote
tres escritores o cuatro,
cada cual quiere la gloria,
si es bueno el libro o mediano,
y los compañeros tienen
la culpa si sale malo!
Cuando se trabaja una obra entre muchos,
cada uno quiere apropiársela si es buena,
y echa la culpa a los otros, si es mala.
Fábula XLIII.
La espada y el asador
Sirvió en muchos combates una espada
tersa, fina, cortante, bien templada,
la más famosa que salió de mano
de insigne fabricante toledano.
Fue pasando a poder de varios dueños,
y airosos los sacó de mil empeños.
Vendiose en almonedas diferentes,
hasta que por extraños accidentes
vino, en fin, a parar
¡quién
lo diría!
A un oscuro rincón de una hostería,
donde, cual mueble inútil, arrimada,
se tomaba de orín. Una criada
por mandato de su amo el posadero,
que debía de ser gran majadero,
se la llevó una vez a la cocina:
atravesó con ella una gallina;
y héteme un asador hecho y derecho
la que una espada fue de honra y provecho.
Mientras esto pasaba en la posada,
en la corte comprar quiso una espada
cierto recién llegado forastero,
transformado de payo en caballero.
El espadero, viendo que al presente
es la espada un adorno solamente,
y que pasa por buena cualquier hoja,
siendo de moda el puño que se escoja,
díjole que volviese al otro día.
Un asador que en su cocina había
luego desbasta, afila y acicala,
y por espada de Tomás de Ayala
al pobre forastero, que no entiende
de semejantes compras, se la vende;
siendo tan picarón el espadero
como fue mentecato el posadero.
¿Mas
de igual ignorancia o picardía
nuestra nación quejarse no podría
contra los traductores de dos clases,
que infestada la tienen con sus frases?
Unos traducen obras celebradas,
y en asadores vuelven las espadas:
otros hay que traducen las peores,
y venden por espadas asadores.
Tanto daño causan los que traducen mal obras buenas,
como los que traducen bien obras malas.
Fábula XLIV.
Los cuatro lisiados
Un mudo a nativitate,
y más sordo que una tapia,
vino a tratar con un ciego
cosas de poca importancia.
Hablaba el ciego por señas,
que para el mudo eran claras:
mas hízole otras el mudo,
y él a oscuras se quedaba.
En este apuro trajeron
para que los ayudara
a un camarada de entrambos
que era manco, por desgracia.
Este las señas del mudo
trasladaba con palabras,
y por aquel medio el ciego
del negocio se enteraba.
Por último, resultó
de conferencia tan rara
que era preciso escribir
sobre el asunto una carta.
»Compañeros, saltó el manco,
mi auxilio a tanto no alcanza;
pero a escribirla vendrá
el dómine p si le llaman.«
»¿Qué
ha de venir, dijo el ciego,
si es cojo, que apenas anda?
Vamos: será menester
ir a buscarlo a su casa.«
Así lo hicieron: y al fin
el cojo escribe la carta;
díctanla el ciego y el manco,
y el mudo parte a llevarla.
Para el consabido asunto
con dos personas sobraba;
mas como eran ellas tales,
cuatro fueron necesarias.
Y a no ser porque ha tan poco
que en un lugar de la Alcarria
acaeció esta aventura,
testigos más de cien almas,
bien pudiera sospecharse
que estaba adrede inventada
por alguno que con ella
quiso pintar lo que pasa
cuando juntándose muchos
en pandilla literaria,
tienen que trabajar todos
para una gran patarata.
Las obras que un particular puede desempeñar
por sí solo, no merecen se emplee en ellas el
trabajo de muchos hombres.
Fábula XLV.
El retrato de Golilla
De frase extranjera el mal pegadizo,
hoy a nuestro idioma gravemente aqueja,
pero habrá quien piense que no habla castizo,
si por lo anticuado, lo usado no deja.
Voy a entretenelle con una conseja,
y porque le traiga más contentamiento,
en su mesmo estilo referillo intento
mezclando dos hablas, la nueva y la vieja.
No sin hartos celos, un pintor de hogaño
vía como agora gran loa y valía
alcanzan algunos retratos de antaño;
y el no remedallos a mengua tenía:
por ende, queriendo retratar un día
a cierto rico home, señor de gran cuenta,
juzgó que lo antiguo de la vestimenta
estima de rancio al cuadro daría.
Segundo Velázquez creyó ser con esto:
y ansí que del rostro toda la semblanza
hubo trasladado, golilla le ha puesto,
y otros atavíos a la antigua usanza.
La tabla a su dueño lleva sin tardanza,
el cual, espantado, fincó des que vido
con añejas galas su cuerpo vestido;
magüer que le plugo la faz abastanza.
Empero una traza le vino a las mientes
con que al retratante dar su galardón.
Guardaba, heredadas de sus ascendientes,
antiguas monedas en un viejo arcón.
Del Quinto Fernando muchas de ellas son,
allende de algunas de Carlos Primero,
de entrambos Filipos, Segundo y Tercero;
y henchido de todas le endonó un bolsón.
»Con estas monedas, o siquier medallas,
(el pintor le dice), si voy al mercado,
tornaré a mi casa con muy buen recado.
—
¡Pardiez!
(dijo el otro):
¿no
me habéis pintado
en traje que un tiempo fue muy señoril,
y agora le viste sólo un alguacil?
Cual me retratasteis, tal os he pagado.
Llevaos la tabla; y el mi corbatín,
pintadme al proviso, en vez de golilla;
cambiadme esa espada en el mi espadín;
y en la mi casaca trocad la ropilla;
ca non habrá naide en toda la villa
que al verme en tal guisa conozca mi gesto;
vuestra paga entonces contaros he presto
en buena moneda corriente en Castilla.«
Ora, pues, si a risa provoca la idea
que tuvo aquel sandio moderno pintor,
¿no
hemos de reírnos siempre que chochea
con ancianas frases un novel autor?
Lo que es afectado, juzga que es primor;
habla puro a costa de la claridad,
y no halla voz baja para nuestra edad,
si fue noble en tiempo del Cid Campeador.
Si es vicioso el uso de voces extranjeras
modernamente introducidas, también lo es,
por el contrario, el de las anticuadas.
Fábula XLVI.
Los dos tordos
Persuadía un tordo abuelo,
lleno de años y prudencia,
a un tordo, su nietezuelo,
mozo de poca experiencia,
a que, acelerando el vuelo,
viniese con preferencia
hacia una poblada viña,
e hiciese allí su rapiña.
»Esa viña
¿dónde
está
(le pregunta el mozalbete),
y qué fruto es el que da?«
»Hoy te espera un gran banquete,
dice el viejo, ven acá:
aprende a vivir, pobrete.«
Y no bien lo dijo, cuando
las uvas le fue enseñando.
Al verías saltó el rapaz:
»¿Y
esta es la fruta alabada
de un pájaro tan sagaz?
¡Qué
chica!
¡Qué
desmedrada!
Ea, vaya, es incapaz
que eso pueda valer nada.
Yo tengo fruta mayor
en una huerta, y mejor.«
»Veamos, dijo el anciano,
aunque sé que más valdrá
de mis uvas sólo un grano.«
A la huerta llegan ya;
y el joven exclama ufano:
¡Qué
fruta!
¡Qué
gorda está!
¿No
tiene excelente traza?...
¿Y
qué era? Una calabaza.
Que un tordo en aqueste engaño
caiga, no lo dificulto;
pero es mucho más extraño
que hombre tenido por culto
aprecie por el tamaño
los libros, y por el bulto.
Grande es, si es buena, una obra.
Si es mala, toda ella sobra.
No se han de apreciar los libros
por su bulto ni por su tamaño.
Fábula XLVII.
El pollo y los dos
gallos
Un gallo, presumido
de luchador valiente,
a un pollo algo crecido
no sé por qué accidente,
tuvieron sus palabras, de manera
que armaron una brava pelotera.
Diose el pollo tal maña,
que sacudió a mi gallo lindamente,
quedando ya por suya la campaña.
Y el vencido sultán de aquel serrallo
dijo, cuando el contrario no lo oía:
»¡Eh!
Con el tiempo no será mal gallo;
el pobrecillo es mozo todavía...«
Jamás volvió a meterse con el pollo.
Mas en otra ocasión, por cierto embrollo,
teniendo un choque con un gallo anciano,
guerrero veterano,
apenas le quedó pluma ni cresta;
y dijo al retirarse de la fiesta:
»Si no mirara que es un pobre viejo...
Pero chochea, y por piedad le dejo.«
Quien se meta en contienda,
verbigracia, de asunto literario,
a los años no atienda,
sino a la habilidad de su adversario.
No ha de considerarse en un autor
la edad, sino el talento.
Fábula XLVIII.
La urraca y la mona
A una mona
muy taimada
dijo un día
cierta urraca:
»Si vinieras,
a mi casa
¡cuántas
cosas
te enseñara!
Tú bien sabes
con qué maña
robo y guardo
mil alhajas.
Ven; si quieres,
y veraslas
escondidas
tras de un arca.«
La otra dijo:
»Vaya en gracia.«
Y al paraje
le acompaña.
Fue sacando
doña Urraca
una liga
colorada,
un tontillo
de casaca,
una hebilla,
dos medallas,
la contera
de una espada,
medio peine,
y una vaina
de tijeras;
una gasa,
un mal cabo
de navaja,
tres clavijas
de guitarra,
y otras muchas
zarandajas.
»¿Qué
tal? dijo.
Vaya, hermana;
¿No
me envidia?
¿No
se pasma?
A fe que otra
de mi casta
en riqueza
no me iguala.«
Nuestra mona
la miraba
con un gesto
de bellaca:
y al fin dijo:
¡Patarata!
Has juntado
lindas maulas.
Aquí tienes
quien te gana,
porque es útil
lo que guarda.
mis quijadas.
Bajo de ellas,
camarada,
hay dos buches
o papadas,
que se encogen
y se ensanchan.
Como aquello
que me basta,
y el sobrante
guardo en ambas
para cuando
me haga falta,
tú amontonas,
mentecata,
trapos viejos
y morralla;
mas yo, nueces,
avellanas,
dulces, carne,
y otras cuantas
provisiones
necesarias.
Y esta mona
redomada,
¿habló
sólo
con la urraca?
Me parece
que más habla
con algunos
que hacen gala
de confusas
misceláneas,
y fárrago
sin sustancia.
El verdadero caudal de erudición no consiste
en hacinar muchas noticias, sino en recoger
con elección las útiles y necesarias.
Fábula XLIX.
El ruiseñor y el
gorrión
Siguiendo el son del organillo un día
tomaba el ruiseñor lección de canto,
y a la jaula llegándose entretanto
el gorrión parlero así decía:
»¡Cuánto
me maravillo
de ver que de ese modo
un pájaro tan diestro
a un discípulo tiene por maestro!
Porque al fin, lo que sabe el organillo
a ti lo debe todo.«
»A pesar de eso (el ruiseñor replica),
si él aprendió de mí, yo de él aprendo.
A imitar mis caprichos él se aplica:
yo los voy corrigiendo
con arreglarme al arte que él enseña;
y así pronto verás lo que adelanta
un ruiseñor que con escuela canta.«
¿De
aprender se desdeña
el literato grave?
Pues más debe estudiar el que más sabe.
Nadie crea saber tanto,
que no tenga más que aprender.
Fábula L.
El jardinero y su amo
En un jardín de flores
había una gran fuente,
cuyo pilón servía
de estanque a carpas, tencas y otros peces
únicamente al riego
el jardinero atiende,
de modo que entretanto
los peces agua en que vivir no tienen.
Viendo tal desgobierno,
su amo le reprende;
pues aunque quiere flores,
regalarse con peces también quiere.
Y el rudo jardinero,
tan puntual le obedece,
que las plantas no riega
para que el agua del pilón no merme.
Al cabo de algún tiempo
el amo al jardín vuelve;
halla secas las flores,
y amostazado dice de esta suerte:
»Hombre, no riegues tanto
que me quede sin peces;
ni cuides tanto de ellos,
que sin flores, gran bárbaro, me dejes.«
La máxima es trillada,
mas repetirse debe:
no escriba quien no sepa
unir la utilidad con el deleite.
La perfección de una obra consiste en la unión
de lo útil y de lo agradable.
Fábula LI.
El
fabricante de galones y la encajera
Cerca de una encajera
vivía un fabricante de galones.
»Vecina,
¡quién
creyera
(la dijo) que valiesen más doblones
de tu encaje tres varas
que diez de un galón de oro de dos caras!«
»De que a tu mercancía
(esto es lo que ella respondió al vecino)
tanto exceda la mía,
aunque en oro trabajas, y yo en lino,
no debes admirarte;
pues más que la materia vale el arte.«
Quien desprecie el estilo
y diga que a las cosas sólo atiende,
advierta que si el hilo
más que el noble metal caro se vende,
también da la elegancia
su principal valor a la sustancia.
No basta que sea buena la materia de un escrito,
es menester que también lo sea el modo de tratarla.
Fábula LII.
El cazador y el hurón
Cargado de conejos
y muerto de calor,
una tarde de lejos
a su casa volvía un cazador.
Encontró en el camino,
muy cerca del lugar,
a un amigo y vecino,
y su fortuna le empezó a contar.
»Me afané todo el día
le dijo; pero qué,
si mejor cacería
no la he logrado ni la lograré.
Desde por la mañana
es cierto que sufrí
una buena solana;
mas mira qué gazapos traigo aquí.
Te digo y te repito,
fuera de vanidad,
que en todo este distrito
no hay cazador de más habilidad.«
Con el oído atento
escuchaba un hurón
este razonamiento
desde el corcho en que tiene su mansión.
Y el puntiagudo hocico
sacando por la red,
dijo a su amo: »Suplico
dos palabritas, con perdón de usted.
Vaya,
¿cuál
de nosotros
fue el que más trabajó?
Esos gazapos y otros,
¿quién
se los ha cazado sitio yo?
»Patrón,
¿tan
poco valgo
que me tratan así?
Me parece que en algo
bien se pudiera hacer mención de mí.«
Cualquiera pensaría
que este aviso moral
seguramente liaría
al cazador gran fuerza; pues no hay tal.
Se quedó tan sereno
como ingrato escritor
que del auxilio ajeno
se aprovecha, y no cita al bienhechor.
A los que se aprovechan de las noticias de otros,
y tienen la ingratitud de no citarlos.
Fábula LIII.
El pedernal y el
eslabón
Al eslabón de crüel
trató el pedernal un día,
porque a menudo le hería
para sacar chispas de él.
Riñendo éste con aquél,
al separarse los dos,
»Quedaos, dijo, con Dios,
¿valéis
vos algo sin mí?«
Y el otro responde: »Sí,
lo que sin mí valéis vos.«
Este ejemplo material
todo escritor considere,
que el largo estudio no uniere
al talento natural,
ni da lumbre el pedernal
sin auxilio de eslabón,
ni hay buena disposición
que luzca faltando el arte
si obra cada cual aparte,
ambos inútiles son.
La naturaleza y el arte han de
ayudarse recíprocamente.
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